La masiva reacción social de las mujeres contra la
discriminación de género que implica la sentencia judicial de “la manada” nos
sorprende por constituir un enfrentamiento frontal sin paliativos contra el poder
judicial, un poder judicial que sigue siendo fiel representante de la España
cutre y franquista que persiste transversalmente en nuestra sociedad misógina y
machista.
Antes, en los años 60, la mujer reaccionó
a nivel personal tomando posesión de
su cuerpo al perder el temor a quedarse embarazada gracias a las píldoras
anticonceptivas. La libertad sexual que estas pastillas permitieron sigue
asustando a la España beata, cavernícola, retrógrada y mojigata que subsiste en
el subsuelo de nuestra corteza cerebral, de la que no nos hemos librado todavía.
Como muestra ahí tenemos a los tribunales de justicia.
Hay un tercer motivo de orgullo femenino,
un tercer elemento que coadyuva a la emancipación de la mujer y a su consiguiente
autonomía, indispensable para recuperar su dignidad como persona, que es su
independencia económica como consecuencia de su reciente acceso masivo al mercado
de trabajo, pero éste está siendo un proceso
lento que no ha culminado todavía.
Lo que delata esta sentencia, sobre todo
el voto que prácticamente pedía la absolución de los cinco violadores
sevillanos en las fiestas de Pamplona, es el provincianismo inculto y beato,
pero sobre todo hipócrita, de una sociedad que sigue creyendo que el varón
tiene derecho a disponer como y cuando le plazca del cuerpo de la mujer, objeto de placer para el hombre, a cuyo
fin fue creado.
Urge modificar el código penal que
debería explicitar que toda relación
sexual no consentida es una violación. Sin eufemismos.
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