La doctora Gálvez, médico de familia, y la
enfermera Mariela formaban un equipo que funcionaba a satisfacción de las dos
desde hacía varios años. Aquel día esperaban, entre otros, a un paciente del
que Mariela estaba perdidamente enamorada, y sólo de pensarlo a la enfermera le
temblaban las manos y las piernas, su corazón palpitaba como una ametralladora,
le bañaba un sudor frío y confundía los historiales de los demás enfermos sin motivo
ni razón.
-Doctora, creo que voy a pedir el traslado.
-Cómo? por qué? qué te pasa?
-Que me pongo muy nerviosa cuando viene este paciente…
y, bloqueada por la emoción, sin poder
pronunciar su nombre, le pasó el historial del interfecto que la doctora,
extrañada, hojeó.
-Y eso es todo?
-Es que no sabe usted cómo me pongo.
-Ya lo veo, ya lo veo. Pero tú no te preocupes. Déjamelo a mí.
-Cómo? se sobresaltó Mariela, no se lo irá a decir…
La doctora Gálvez le indicó con un gesto que le hiciera pasar, lo cual
hizo la enfermera que se encerró de inmediato en su despacho simulando realizar
una llamada de teléfono.
La dra. Gálvez le atendió e incluso ella misma le tomó la tensión para
ahorrarle ese mal trago a su enfermera. Cuando ya se aprestaba a despedirlo, de
pronto le preguntó si tenía molestias de hemorroides. El paciente lo negó, lo que no le impidió a la
doctora que le ordenara, educada pero rotundamente, que se subiera a la camilla y se
bajara los pantalones.
Colocado a cuatro patas y con el culo el aire, la médico se puso unos
guantes de plástico y llamó a la enfermera para que le atendiera. El paciente,
que estaba a punto de enfermar por la vergüenza, quiso protestar pero la dra.
Gálvez no le dio opción con un gesto que no aceptaba protestas. Le colocó decúbito
prono de suerte que mostrara su trasero hirsuto lo que descompuso a Mariela quien, colorada la
pobre como un tomate, pudo observar con espanto cómo la doctora introducía un dedo
enguantado por el ano del “enfermo” y revolvía por dentro como si buscara algo.
-Vamos a aprovechar para ver esa próstata…
Cuando al acabar la prospección el enfermo se puso los pantalones, la
enfermera sufrió una taquicardia mientras simulaba, de espaldas, ordenar los
historiales. Una vez despachado el sufrido paciente la dra. Gálvez se limitó a
diagnosticar.
-Ya está. Se acabó. Lo ves?
Mariela lloraba de nervios y de risa tapándose la boca para no hacerse
oír al otro lado de la puerta donde esperaban más enfermos.
Y así fue cómo la dra. Gálvez curó a la enfermera de su mal de amores.
Y así fue cómo la dra. Gálvez curó a la enfermera de su mal de amores.
Cierto, en esas exploraciones se pierde algo mas que la dignidad.
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