“El ideario secesionista lo formulan unos
imbéciles capaces de hacer que nos traguemos cualquier cuento. Porque los
cuentos han sido muchos y muy gordos. Y estaban a la vista de todos. La
magnitud de las mentiras no sorprende. El nacionalismo tiene un vínculo casi
necesario (inevitable) con la mentira. Está en el concepto: la identidad
colectiva impermeable a las mudanzas del tiempo, cultivando el agravio, el
desprecio cultural. Los cortes de luz, el retraso de un tren, los peajes, todo,
culpa de Madrid. En una atmósfera tan tóxica cualquier locura puede prosperar.
Y no han faltado: el Quijote se escribió en catalán, Erasmo, Colón, Teresa
de Jesús, Pizarro y Lutero eran catalanes, como Santa Claus y el Cid… Muchos se
han tragado los cuentos. En principio, algo inexplicable. Porque la información
abunda y es inequívoca. Por documentos publicados hace más de treinta años (El Periódico, 28-10-1990), los ciudadanos conocían la existencia de
una calculada ingeniería social destinada a inocular doctrina. También sabían
que el responsable del guion, Jordi Pujol, era un delincuente fiscal. Y lo
sabían de su propia mano. Aún más, en un experimento natural que pocas veces la
historia concede, los votantes pudieron comprobar que el proyecto
independentista se nutría de promesas falsas: la nueva república no disponía de
financiación viable; las multinacionales reconsideraron inversiones; los bancos
se marcharon; Europa ignoraba al “nuevo país”. Sucedía exactamente lo contrario
de lo que los secesionistas prometieron que sucedería. Y no solo eso, por la
documentación incautada por la justicia los catalanes descubrimos que, mientras
contaban tales cuentos, en sus comunicaciones privadas los políticos confesaban
que se trataba de eso, de fábulas destinadas al consumo de los ciudadanos.
Sabían todo esto y los votaron.
Pero no es raro. Conocemos bastantes cosas
acerca de las tragaderas de los humanos para digerir lo que nos conviene o
necesitamos creer. La fábula de la identidad compartida, sin ir más lejos. Lo
sabemos desde los trabajos de Asch, que confirman nuestra disposición a
suscribir las opiniones de los demás —pagados para engañarnos— incluso contra la
evidencia de nuestros sentidos. La tribu se impone. Nadie lo ilustró mejor que
Festinger con su famoso experimento que mostraba cómo en un grupo de personas
convencidas de que unos marcianos les rescatarían a última hora de un
apocalipsis, aquellas que más recursos, tiempo y afectos habían empeñado en
abrevar en la majadería eran quienes más se resistían a aceptar la evidencia de
que ni el fin del mundo ni los extraterrestres llegaban a su cita. Resulta
difícil apearnos de las mentiras sobre las que levantamos nuestras vidas. Mejor
ignorar las informaciones que nos desordenan la biografía.
En fin, si queréis leer el texto completo de Félix Ovejero, Mentiras y responsabilidades, podéis verlo aquí.
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