jueves, 15 de febrero de 2018

1507 (J 15/2/18) La opinión de un respetado catalán

“El ideario secesionista lo formulan unos imbéciles capaces de hacer que nos traguemos cualquier cuento. Porque los cuentos han sido muchos y muy gordos. Y estaban a la vista de todos. La magnitud de las mentiras no sorprende. El nacionalismo tiene un vínculo casi necesario (inevitable) con la mentira. Está en el concepto: la identidad colectiva impermeable a las mudanzas del tiempo, cultivando el agravio, el desprecio cultural. Los cortes de luz, el retraso de un tren, los peajes, todo, culpa de Madrid. En una atmósfera tan tóxica cualquier locura puede prosperar. Y no han faltado: el Quijote se escribió en catalán, Erasmo, Colón, Teresa de Jesús, Pizarro y Lutero eran catalanes, como Santa Claus y el Cid… Muchos se han tragado los cuentos. En principio, algo inexplicable. Porque la información abunda y es inequívoca. Por documentos publicados hace más de treinta años (El Periódico, 28-10-1990), los ciudadanos conocían la existencia de una calculada ingeniería social destinada a inocular doctrina. También sabían que el responsable del guion, Jordi Pujol, era un delincuente fiscal. Y lo sabían de su propia mano. Aún más, en un experimento natural que pocas veces la historia concede, los votantes pudieron comprobar que el proyecto independentista se nutría de promesas falsas: la nueva república no disponía de financiación viable; las multinacionales reconsideraron inversiones; los bancos se marcharon; Europa ignoraba al “nuevo país”. Sucedía exactamente lo contrario de lo que los secesionistas prometieron que sucedería. Y no solo eso, por la documentación incautada por la justicia los catalanes descubrimos que, mientras contaban tales cuentos, en sus comunicaciones privadas los políticos confesaban que se trataba de eso, de fábulas destinadas al consumo de los ciudadanos. Sabían todo esto y los votaron.
Pero no es raro. Conocemos bastantes cosas acerca de las tragaderas de los humanos para digerir lo que nos conviene o necesitamos creer. La fábula de la identidad compartida, sin ir más lejos. Lo sabemos desde los trabajos de Asch, que confirman nuestra disposición a suscribir las opiniones de los demás —pagados para engañarnos— incluso contra la evidencia de nuestros sentidos. La tribu se impone. Nadie lo ilustró mejor que Festinger con su famoso experimento que mostraba cómo en un grupo de personas convencidas de que unos marcianos les rescatarían a última hora de un apocalipsis, aquellas que más recursos, tiempo y afectos habían empeñado en abrevar en la majadería eran quienes más se resistían a aceptar la evidencia de que ni el fin del mundo ni los extraterrestres llegaban a su cita. Resulta difícil apearnos de las mentiras sobre las que levantamos nuestras vidas. Mejor ignorar las informaciones que nos desordenan la biografía.
   En fin, si queréis leer el texto completo de Félix Ovejero, Mentiras y responsabilidades, podéis verlo aquí.

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