Pedimos en su día que desalojaran a Juan Carlos Monedero
del equipo directivo de Podemos por el daño que estaba infligiendo en su joven
formación política, con motivo, real o no, de irregularidades en su declaración
de la renta. Menos mal que así lo hicieron.
Errejón, brillante como siempre pero comedido y discreto, aportó razonamientos objetivos, nada
personales, que convencieron a Pablo Iglesias para que convenciera, a su vez, a
su amigo Monedero para que ayudara a la dirección desde detrás de las
bambalinas. Era abril del 2015. Y desde entonces parece que este pájaro, que no
puede estarse callado y sin montar números en comparecencias públicas (y a
gritos), se la tiene jurada a Errejón, contra quien se alinea abiertamente aprovechando
la discrepancia de opiniones entre los Pablos sobre la conveniencia de una
línea dura o dialogante en su relación con los demás partidos del espectro político.
Y aquí de nuevo nos pronunciamos y aconsejamos que aparten de la arena a este elemento
histriónico incapaz de medir las consecuencias de sus extravagancias. Es un estorbo. Y puede
ser dañino si, como parece, aconseja a Pablo Iglesias, cuya ingenuidad,
vehemencia e inmadurez adolescente le inhabilita para ser el máximo dirigente
de Podemos. (Digo esto último para el futuro porque ahora no está el horno para más bollos. Pero nombres haylos, Ada Colau, Teresa Rodríguez, Mónica Olra, Carolina Bescansa... y muchos más que aflorarán si el acceso lo hacen transparente.)
Sobre
la discusión entre negociar o meterle miedo a los que están apoltronados en el
sistema, se ha escrito: “Un toro en la plaza no embiste porque sea bravo sino
porque tiene miedo; un fascista no es más que un burgués asustado que se cree
amenazado” de que le desposean de sus bienes y privilegios. Lo dice Manuel
Vicent, y añade: “Pablo Iglesias tiende a galopar sobre sus propias palabras de
fuego”… y puede acabar “quemándose en sus propias llamas”.
Aprovecho que hablamos de Podemos para disertar un poco sobre su carácter asambleario. La idea –y la práctica– me gusta como principio pero no para su uso cotidiano. Si los representantes elegidos merecen su confianza, es en este nivel "secundario" donde deben decidirse las actuaciones y medidas cotidianas o difíciles de aceptar a título individual por los miembros de las bases. ¿Os imagináis dejar para las asambleas la aprobación de impuestos, por decir algo? La democracia radical, absoluta, asamblearia, tan utópica como ideal, puede resultar un hándicap y un lastre por su inoperatividad e ineficacia: una vez más, lo mejor es enemigo de lo bueno.
Y no
quiero terminar sin referirme a otros líderes territoriales que, por falta de
consistencia a nivel nacional, podrían derivar en formaciones separadas del
núcleo central, como es el caso, repetimos, de Ada Colau, Teresa Rodríguez,
Mónica Oltra…, o Manuela Carmena, Domenech… ¿Cómo se articularán en la
superestructura?
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