viernes, 30 de septiembre de 2016

1271 (V 30/09/16) Xenofobia

    Somos animales gregarios. Y sin el grupo al que pertenecemos no seríamos ni siquiera nosotros mismos. Pero, a su vez, nuestra consciencia de individualidad nos provoca un rechazo del mismo grupo que necesitamos para desarrollarnos tanto como para sobrevivir. Todo lo que sea ajeno al grupo resulta hostil, y la hostilidad refuerza nuestros sentimientos de grupo y de solidaridad, i.e., de cohesión. Sirvan estos prolegómenos para justificar, o al menos explicar, el sentimiento de aversión que nos produce la presencia de otros individuos ajenos a nuestros grupos, la xenofobia.
     Y esa aversión la utilizan los xenófobos políticos para echarle carnaza a los bajos instintos que se traducen en votos en las urnas en tiempos de elecciones (con argumentos tan falsos como la pretendida delincuencia, o que nos roben los puestos de trabajo...). Aunque el uso de esta fobia para fortalecer un grupo demuestra que el tal grupo es débil en su cohesión y necesita de esas vitaminas, o las que sean, para aglutinarse. La violencia contra los extranjeros es propia de grupos radicales de extrema derecha. Incluso nos serviría para calificar así a los que practican la xenofobia como arma electoral por más que ellos se declaren moderados (por ejemplo el partido PP de Badalona, con el sr. Albiol a la cabeza).

     Pero, como todos los asuntos humanos, este tema es ambiguo. Y contradictorio. Porque resulta que la evolución y desarrollo de las culturas humanas se apoya y refuerza con la difusión (multi)cultural, sin cuyos conflictos podríamos quedarnos estancados. Y no es menos importante la aportación de los inmigrantes que dinamizan la sociedad en la que se integran. No en vano emigran los más aptos, los más valientes y generosos, por más que destaquen los delincuentes.

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