domingo, 4 de septiembre de 2016

1247 (D 04/09/16) Decepción

Son muchos los condicionamientos que influyen en nuestras conductas. Pocas motivaciones hay tan fuertes como la admiración o el rechazo por parte de los demás. De ahí que, para sobrevivir, adaptemos nuestros comportamientos a lo que se espera de nosotros que hagamos o incluso que pensemos, pues si nuestros valores y conductas no coincidieran sufriríamos un estrés insoportable.
     Por lo mismo, pocas cosas hay que nos frustren más que causar en los demás alguna decepción.
     Una consecuencia de esto es la auto-represión continua a que la que nos sometemos con tal de acomodarnos a la “normalidad”. Ello explica el éxito de las modas (que normaliza cualquier extravagancia si su origen procede de un personaje extraordinario) o la aceptación de los cambios, en conductas, vestuario, lenguaje…, propios de toda evolución.
  Nos gusta por eso ser elogiados. Nos halagan los premios y reconocimientos. Pero cuidado, una estimación sobre nosotros demasiado alta nos obliga a ir con la lengua fuera para llegar al listón que se nos marca, para no decepcionar.
   Os cuento una anécdota. Es real, me ocurrió a mí. Un amigo mío, que estaba convencido erróneamente (y gratuitamente, porque yo nunca le di pie para que pensara eso de mí) de que yo jugaba muy bien al ajedrez, se presentó un día en mi casa con otro amigo de él (no mío) que traía bajo el brazo un tablero y una caja con las fichas del ajedrez. “Bueno, a ver si sabes resolver este problema”, me espetó sin preámbulos ni anestesia. Y sin más colocó unas cuantas piezas sobre el damero antes de cruzarse de brazos e indicarme con un gesto perentorio que esperaba que supiera resolverlo. Y, a poder ser, deprisita, que no tenemos mucho tiempo. Yo, a quien me habían metido en este embolado sin comerlo ni beberlo, ni haber hecho ningún mérito para ello, pues nunca jamás he presumido de saber jugar bien al ajedrez, no tenía ni idea de cómo debía moverlas, y así lo confesé al cabo de cierto tiempo. Ante lo cual, mi verdugo recogió con un mal gesto las piezas en su caja mientras gritaba mirando al techo: “y éste era el que sabía jugar tan bien al ajedrez?”

      Mira que hace años de esto. Bueno, pues aún no lo he olvidado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario