Son muchos los condicionamientos que influyen en nuestras conductas. Pocas motivaciones hay tan fuertes como la admiración o el
rechazo por parte de los demás. De ahí que, para sobrevivir, adaptemos nuestros
comportamientos a lo que se espera de nosotros que hagamos o incluso que
pensemos, pues si nuestros valores y conductas no coincidieran sufriríamos un
estrés insoportable.
Por
lo mismo, pocas cosas hay que nos frustren más que causar en los demás alguna
decepción.
Una
consecuencia de esto es la auto-represión continua a que la que nos sometemos
con tal de acomodarnos a la “normalidad”. Ello explica el éxito de las modas
(que normaliza cualquier extravagancia si su origen procede de un personaje
extraordinario) o la aceptación de los cambios, en conductas, vestuario, lenguaje…,
propios de toda evolución.
Nos
gusta por eso ser elogiados. Nos halagan los premios y reconocimientos. Pero
cuidado, una estimación sobre nosotros demasiado alta nos obliga a ir con la
lengua fuera para llegar al listón que se nos marca, para no decepcionar.

Mira que hace años de esto. Bueno, pues aún no
lo he olvidado.
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