Y rematando el tema del finde en Madrid, glosemos la hazaña de Garbiñe Muguruza.
Cuando en la Ilíada se relata la muerte sacrificial de Polixena, hija de
Príamo, rey de Troya, para acompañar al cadáver de su amante Aquiles, el
narrador se limita a decir que al morir “no perdió la compostura”. Algo así
como que, al caer, lo hizo de tal suerte que sus ropas no dejaron ver el color
de sus prendas interiores. Pues algo así diría yo de la tenista
hispano-venezolana, que no pude dejar de sorprenderme y admirar su gesto sereno
que era el mismo antes de sacudir con furia un raquetazo como cuando acababa de
pegarlo. Incluso en el único número que montó rompiendo la raqueta a golpetazos
contra el suelo, lo que inevitablemente calificaríamos como un gesto histérico en
cualquier otro jugador, lo hizo sin perturbarse ni perder la mirada serena en
su rostro de ninfa sin maquillaje. Y su andar… ¿habéis visto el donaire con el
que se mueve, sin precipitarse ni apresurarse, como sólo puede hacerlo una
reina de la pista? Incluso cuando tiene que forzar el gesto de todo su cuerpo
para alcanzar una bola difícil, la cámara lenta nos enseñaría que más que una contorsionista
lo que vemos es puro ballet.
Larga vida profesional a Muguruza. Y yo que la vea.
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