viernes, 27 de febrero de 2015

1057 (V 27/2/15) Mentiras compulsivas

Los miembros del Gobierno no pueden dejar de mentir continuamente. Es más, aunque no hiciera falta mentir, no podrían dejar de hacerlo. Y ello por varios motivos, porque ya no saben hablar si no es mintiendo, porque les entraría el mono si dejaran de mentir, porque dejarían de ser ellos si no siguieran mintiendo… Y como no se puede mentir tanto, ni repetir todos las mismas mentiras, si no se las creyeran, hete aquí que terminan creyendo lo que dicen por absurdo y falso que sea. Y al creerlas, en un proceso irrefrenable de feed-back, cavan más profunda su tumba de la esquizofrenia, pues la mentira se retroalimenta, ya que si dijeran la verdad, se vendrían abajo. Así que no les queda otra salida que huir hacia adelante, pues decir la verdad para ellos no tiene premio sino todo lo contrario, un castigo. Un ejemplo: si Rajoy admitiera que cobró sobresueldos en negro, se redimiría? Todo lo contrario, tendría que salir corriendo de su partido y del gobierno. Y en su caída podría arrastrar consigo al país entero (eso es lo que le aseguran sus mentirosos asesores). Así que, pensando en los demás, y para no dañar a su país, se sacrifica y miente todos los días como un poseso. A partir de ahora, pues, no me enfadaré con ellos cuando mientan. Pobrecillos! Bastante tienen con estar atrapados y no poder escapar de sus propias mentiras. Sobre todo si tenemos en cuenta que las últimas mentiras triunfalistas que vienen profiriendo, inefables por lo absurdas, sobre la recuperación de la economía y toda esa fanfarronería son realmente las últimas, como el canto del cisne antes de su muerte.

     Tienen un atenuante: la sumisión a la disciplina del partido, que les obliga a todos a repetir las mismas barbaridades como en efecto comprobamos cada día. Estos loros repetidores de las consignas recibidas cada semana no tienen por qué plantearse ni dudar sobre las falsedades que dicen, ya que no hace falta ni siquiera que las entiendan, y mucho menos que las discutan, por lo que no tienen conciencia cierta de que sean mentiras. Todo lo cual les coloca, inevitablemente, entre el chimpancé y el Homo en la cadena evolutiva.

        (Me pregunto cómo es posible su convivencia íntima en el plano doméstico, ya que no podrán dejar de mentir, si no quieren perder su identidad. Pero son tantas y tan divertidas las situaciones y contradicciones que se nos ocurren que mejor respetaremos su vida privada no elucubrando teorías disparatadas al respecto.)

        Nos encontramos, pues, con una patología, en los políticos: la de la mentira continua, desvergonzada, patética, sea o no útil para sus intereses, compulsiva. Desconozco su posible tratamiento, si un día quieren volverse ciudadanos “normales”. Comenzarán con unas dosis de metadona de ambigüedades y eufemismos? Pues un corte brusco en su necesidad compulsiva de mentir podría ser traumático y de imprevisibles consecuencias.
        Probad a mirarlos en adelante desde este ángulo, desde la perspectiva de enfermos compulsivos que no pueden decir más que mentiras, y veréis cuánto pierden, quiero decir cómo os resultarán decepcionantes. Aburridos ya lo eran. Pero al menos evitaréis el sofoco que produce el sentiros tratados como imbéciles. Ya que comprobaréis fácilmente que el papel de imbéciles es el que interpretan ellos.

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