miércoles, 5 de noviembre de 2014

945 (X 5/11/14) Es ciencia la economía?

En un mundo como el nuestro de hoy día en que la racionalidad sustituye a la superstición (o debería substituirla) y la ciencia a las prácticas mágicas, sorprende la intensidad con que las ciencias naturales, o sociales, intentan emular a las ciencias físicas, o exactas. Estas pueden realizar predicciones que inevitablemente se han de cumplir, desde las sumas de números a los eclipses, pasando por la ley de gravedad, lo cual las hace respetables, creíbles y dignas de financiación pública. Las ciencias sociales, sin embargo,  tales como la sociología, la psicología, la economía, y hasta la medicina, al tener como objeto al ser humano, cuya libertad lo hace impredecible, se debaten en hipótesis siempre mejorables en busca de leyes que no llegan a alcanzar, con el riesgo incluso de intentar penosamente formular sus hipótesis mediante módulos matemáticos que dejan al descubierto sus carencias. Así, a título  de ejemplo, en un texto de Geografía Humana de la carrera de Antropología de la UNED puede llegar a leerse: “el flujo de personas, bienes, ideas e información entra ciudades es directamente proporcional al producto de su población e inversamente proporcional a su distancia”, en un torpe y patético reduccionismo, remedando burdamente la ley de la gravitación universal. Como si el objeto de su estudio, el ser humano, no fuera suficiente para sentirse dignas y gratificadas. (Además de intentar inútilmente emular a las ciencias exactas creyendo que así incrementan su respetabilidad, otro motivo de esta payasada es conseguir el reconocimiento y consiguiente financiación pública para sus cuadros académicos y de investigación, pero esa es otra historia.)
La economía, pues, se formula con hipótesis que no son axiomáticas. Hay dos corrientes principales que pugnan por ganar en credibilidad, tanto al diagnosticar los mejores remedios como al pronosticar evoluciones futuras. Pues es principalmente adivinando el futuro como esta ciencia se exhibe tan útil como necesaria. (Entre los mánticos de nuestros abuelos, los augures griegos y romanos vaticinaban el futuro interpretando el vuelo de las aves; los arúspices, observando las entrañas de animales, hieroscopia, especialmente el hígado que es donde creían que se alojaba el alma; y los economistas de hoy se enredan en los números, estadísticas y extrapolaciones, para adivinar el futuro, pues no en vano son los teólogos del nuevo dios Dinero.)  Aunque a sensu contrario, si fallan en sus vaticinios se exponen a la mofa y a una grave falta de credibilidad. Estas dos corrientes son:
    - una, la neoliberal de Friedman y de los economistas del ala conservadora, que dicen originarse en Adam Smith, que propugnan la inhibición de cualquier intervención pública y el autogobierno de un mercado totalmente auto-regulado, que permiten al sector financiero que se desligue de los sectores productivos, que rinden culto al tabú de la inflación (es su miedo a la inflación lo que más debe asustarnos) y que imponen la austeridad presupuestaria aunque ésta provoque una fuerte desigualdad económica y social (o quizás precisamente para provocarla);
    - la otra, la intervencionista de Keynes, Stiglitz o Krugman, que aconseja las inversiones públicas en políticas expansivas que ayuden a la creación de empleo y al crecimiento económico, que propugna la regulación de los salarios mínimos que evitan que caiga el consumo y la demanda, y que rechaza la desigualdad.
     Independientemente de cuáles sean las causas culpables de la crisis económica que padecemos, no cabe duda de que la absurda política austérica que han impuesto el Bundesbank y la UE ha intensificado la propia crisis y ha impedido su recuperación, están causando un daño generacional que será difícil de restaurar y ha dado un poder excesivo a las elites económicas y a las financieras.
      La experiencia ha demostrado fehacientemente que son reaccionarios los dogmas de que los mercados se autocorrigen o de que los beneficios empresariales son los que crean empleo, cuando en realidad sólo crean riqueza en los bolsillos de los dueños del capital, pero los economistas conservadores no acaban de aceptar la realidad, lo que demuestra la grave contaminación que los prejuicios ideológicos inyectan en las doctrinas neoliberales cuyos economistas podrán tildarse de todo menos de científicos. No es, pues, extraño que hayan perdido su credibilidad. Y consiguientemente, su respetabilidad.

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