La guerra de Troya contada por Homero (quienquiera
que éste fuera) en la Ilíada se libra en dos planos: en el inferior, la Tierra,
pelean los griegos (aqueos) contra los (griegos) troyanos. En el superior, las
nubes, los dioses batallan entre sí, en paralelo con lo que les acontece a los
humanos más abajo.
Algo
así pasa con el mercado financiero que cada vez se aparta más de su origen
natural que es el económico. El dinero deambula por ahí, por las nubes, donde
se compra y se vende como si fuera una mercancía.
Más
extraño resulta comprobar que el conflicto soberanista catalán tiene también dos
planos: el emotivo y sincero de las masas, la población enardecida, por un
lado, y por el otro la lucha por el poder entre los partidos cuyo verdadero
interés es perpetuarse en los privilegios y en la poltrona. Aunque mencionen, y
dicen apoyarse, eso sí, en el movimiento de la población que se cree protegida
por unos mangantes (o políticos) cuyo
interés por la gente es tan sólo electoral.
Si
a este engaño se sumara el catetismo de los nacionalismos (todos) y los
mensajes disparatados sobre las ventajas económicas y de todo tipo que traería aparejada
la independencia, estaríamos entrando al trapo de un debate retórico que a
nosotros nos parece reaccionario. Por poner dos ejemplos digamos: uno, que el mismo
principio emocional que se aduce para reivindicar la independencia de Cataluña
serviría a los gerundenses para pedir la separación de Gerona, que se sintiera asfixiada por Barcelona, y a los del 5º B
de cualquier calle para independizarse de su edificio (por qué ha de ayudar con sus impuestos ningún municipio a los demás?); dos: el precedente de
Escocia o Cataluña podría aducirse para independizarse Sicilia de Italia, Córcega
de Francia (o Nimes o Normandía), Flandes de Bélgica, Laponia de Finlandia, Donetsk de Ukrania, y así hasta más de 50 casos que están
ahí latentes, aletargados, en la Europa de hoy. Por extraño que parezca. (Otro caso sería que, racionalmente, se
impusiera la idea, que me agrada, de estructurar el territorio europeo sobre la
base de regiones.)
Llegando al absurdo, tendríamos a un
hombre solo que defiende los suyo con un palo contra otro hombre solo que quiere
arrebatarle sus pertenencias imponiendo su poder sobre él, que diría Jordi
Soler, de quien es esta afirmación: para los políticos la idea de la independencia
resulta más útil y cómoda como posibilidad, como algo a conseguir en el futuro,
que como parte del presente y de la realidad. Una vez real, perdería todo su
encanto.
Lo cual no significa que me parezca mal que se consulte para saber qué piensan los catalanes. Todo lo contrario. Sólo que me resultaría penoso, por estúpido, que el resultado fuera que quisieran mandarnos al carajo. Cipolla define la estupidez como la capacidad de causar perjuicios sin conseguir a cambio beneficio alguno. Pues eso.
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