Nos
quejamos, y con toda la razón, de la catadura y comportamientos de nuestros
políticos falaces, misántropos, misóginos, taimados, y corruptos hasta la
médula, por no decir otra parte del cuerpo más escabrosa. Lo cual son todos (me
refiero a los que ejercen o hayan ejercido el Poder), pues los que presumen de
ser íntegros de alguna u otra forma se aprovechan de sus cargos, gozan de
privilegios y, sobre todo, son cómplices por encubrimiento de los corruptos, al
guardar ellos silencio.
Si
M.Vicent lleva razón cuando exige a los políticos una “integridad moral,
libertad intelectual y rebeldía social”, las tres condiciones juntas no
bastando dos de ellas, la libertad brilla por su ausencia ante la opacidad y
disciplina de partido, y la rebeldía social es incompatible con unos valores
conservadores. Así que la propia estructura institucional de los partidos
impide a sus militantes electos expresarse con libertad y rebeldía. La expresión de rebeldía la tachan de populismo. Lo de la integridad moral no merece la pena comentarlo, basta con mirar alrededor y ver cómo se multiplican los casos de corrupción cada semana.
Pero los políticos lo son por haber sido
elegidos por los ciudadanos. Somos los ciudadanos los que les prestamos nuestra
confianza, los que les “nombramos”, aunque en la práctica eso no esté tan
claro, los que les “contratamos y remuneramos, o sea, les pagamos” (y eso está menos
claro todavía), los que les colocamos cerca de los fondos públicos que han de
administrar en aras del interés general, pero que luego gestionan en beneficio
propio y de sus partidos. Así que peores que los políticos corruptos somos los
ciudadanos que, votándoles, los hacemos posibles. Y si encima los confirmamos,
reeligiéndolos, después de conocerlos…, entonces apaga y vámonos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario