Sí, maldita sea la esperanza en una vida
ultraterrena mejor a costa de someter a los Poderes tu vida ahora en esta
tierra. Maldita sea la esperanza en crear empleo no sabemos cuándo a costa de
crear parados ahora. Maldita sea la esperanza, porque te aliena, te separa de
la realidad y te roba la dignidad.
Esta
virtud es un vicio, un instrumento de poder sometiendo, por ejemplo, los
cerebros de los crédulos creyentes que creen que la política económica actual y
la reforma laboral tendrán sus frutos el día de mañana. Mejor no concretemos. Y
si lo hacemos, vayamos preparando los argumentos para justificar por qué no fue
así, o diremos por las bravas con todo el descaro que en efecto se ha cumplido
todo lo que prometimos, o, en fin, ensalzaremos de nuevo la esperanza en el
futuro para que este expolio se siga practicando.
Lo
que nos exigen es un acto de fe. Un acto de fe, tan absurdo en este como en
cualquier otro caso. Porque sólo en el terreno irracional puede exigirse la
fidelidad al absurdo. Sometiendo la voluntad de los fieles mediante promesas
(falsas todas), la política y la religión se cogen de la mano y se apoyan
mutuamente.
Y
encima es lo último que se pierde.
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