sábado, 10 de mayo de 2014

903 (S 10/5/14) Falacias a mogollón

Nos han venido imponiendo como dogmas las mentiras más absurdas que cabe imaginar.
- Los empresarios invertirán más cuanto mayores sean sus beneficios y con ello se conseguirá el crecimiento económico y el aumento del empleo. Será discutible a nivel teórico, pero hoy sabemos ya con toda evidencia que los beneficios de los empresarios sólo sirven para engordar los patrimonios de sus propietarios.
- Los ingresos de los ricos son producto de su arduo trabajo y permanente sacrificio. Y ponen en la picota la enseña de la iniciativa empresarial. Entran ganas de reír, por no llorar, al constatar que las rentas de los ricos no lo son de su trabajo sino de sus activos (sobre todo los activos financieros).
- Las ayudas y subsidios a los más necesitados inducen a la vagancia y a vivir  de la sopa boba sin esforzarse en trabajar ni buscar trabajo. Es un estereotipo de los clásicos para apaciguar la mala conciencia que ocasiona ver pobres en la calle, porque resulta molesto de cojones. “Si son pobres es por su culpa, porque no quieren trabajar”, hale, y ya podemos dormir todos tranquilos. Pero ahora sabemos que el gran mordisco al pastel de los subsidios se lo llevan las empresas y fundaciones de los magnates. (A no ser que incluyan en los subsidios las inversiones del Estado en sanidad, I+D y educación).
- La desigualdad económica y social es un concepto inventado por los marxistas (marxistas. Marxistas y marxistas, que eso es lo que son) para expoliar a los ricos de lo que les ha costado ganar con tanto esfuerzo. La cerril y mala conciencia que subyace en este otro estereotipo queda patente cuando niegan que haya clases sociales (ni media, ni pobre, ni nada) porque vivimos en una sociedad sin clases (sic), o cuando no les quedan más argumentos que la descalificación de los contrarios. Es el caso de Keynes a quien negaban autoridad en sus doctrinas porque, al ser maricón, no tenía ningún interés en la progenie que nunca iba a tener. O el de Thomas Piketty cuyo libro El Capital en el Siglo XXI ha puesto histéricos a los republicanos en USA que buscan hasta debajo de las piedras mentes brillantes neoliberales ultraconservadores que puedan contrarrestar sus argumentos sobre la realidad y los perjuicios de la desigualdad económico y social. O, más cercano a nosotros, el tertuliano lamioso director del diario La Razón, Francisco Marhuenda (que dice ser abogado, practica el deísmo y dice reiteradamente cónyugue por cónyuge), quien cada vez que no encuentra argumentos en los diálogos (casi siempre) descalifica a sus oponentes llamándoles comunistas como si fuera un insulto.
- La intervención del Estado sólo produce ineficacia y demora en la reacción de los mercados que, autorregulados, funcionan mejor espontáneamente, si se les deja solos. Lo dicen los manuales de economía (neo-ultra-liberal, por supuesto). Pero la práctica ha dejado patente que la autorregulación sólo produce caos, corrupción y reforzamiento de los oligopolios.
- La privatización de los servicios públicos (desde los transportes hasta las comunicaciones, pasando por la sanidad, la educación, los servicios asistenciales, y hasta el agua o la seguridad de la ciudadanía, y todo lo que se nos ponga por delante) redundará en eficacia, sobriedad, rapidez, calidad de los servicios y ahorro del derroche de los fondos públicos. Pero la práctica y la experiencia reciente nos ha demostrado que la realidad ES JUSTAMENTE TODO LO CONTRARIO.
- Las grandes fortunas se amasan con sacrificios, esfuerzo y dedicación. Cuando lo cierto es que la inmensa mayoría de la riqueza no es fruto del trabajo sino de las herencias.
- Etc., etc., etc… Seguid añadiendo vosotros.

Y pensar que en estas falacias se ha sustentado la ideología, la mala praxis de la gestión gubernamental, el expolio del patrimonio público y la explotación de los más necesitados!

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