No es que robo y homicidio sean lo mismo,
pero es frecuente que vayan asociados. Hagamos un pequeño ejercicio.
Muchos
robos no se hacen con la idea de matar al propietario, pero si éste se pone por medio
puede ocurrir que luego no lo pueda contar.
Unas
botas, o dinero o armamento también pueden ser robados por los homicidas una
vez que al muerto en batalla ya no le sirven de mucho, mientras que a
sus asesinos, sí.
En
el caso de genocidios o progromos muchos se perpetraron, o aprovecharon, para
incautarse de los bienes de las víctimas, o al menos su apropiación resultó
fácil una vez “desaparecidos” los legítimos propietarios. Así ocurrió con los judíos
rusos (Chisináu en 1903 y 1905, en Besarabia, Rusia) o en España (la expulsión
de los sefarads en 1391 y la de los judíos en 1492). O los templarios aniquilados
en Francia en 1307. O los campos de exterminio nazis en 1938-1945. Pero entre
nosotros tenemos un caso más cercano, la muerte civil (el olvido) de los muertos
físicos en la guerra civil cuya memoria histórica quieren enterrar, entre
otras causas, para evitar las previsibles incontables reclamaciones de propiedades
requisadas por los vencedores y que tendrían que devolver a sus
herederos.
Los
niños
robados para ser dados en adopción a padres cristianos que pudieran
educarlos en la correcta hipócrita senda ortodoxa, apartándolos de sus madres
que pudieran infundirles ideas comunistas o vaya a saber dios qué otras maldades
podrían acarrearles, ha conllevado también su muerte civil en cuanto que
intentaron borrarse las señas de identificación de sus madres pecadoras.
Podéis
seguir añadiendo otros muchos casos que no os costará encontrar.
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