Ya comentamos en la entrada 842 (M 22/10/13: Leyes huecas) que las leyes o son un
reflejo de la realidad social, una manifestación de la misma, o resultan
inaplicables quedándose en retórica vacía.
Las leyes son reglas de juego. Y en el juego hay dos factores, uno de
técnica (conocimiento) y otro de azar
(aleatorio). Si uno de estos dos
elementos prevalece en exceso, como sucede con la técnica en el ajedrez o el
go, por ejemplo, resultará aburrido para mentes infantiles; si prevalece el
azar, como ocurre con la oca o el parchís, las mentes sesudas no querrán saber
de ellos. Pues las leyes, igual. Hay una regulación objetiva (coherente con las
conductas), que les dará estabilidad
en el tiempo, legitimidad de origen y aplicabilidad por aceptación social, y
otra axiológica (la aleatoria, que
evoluciona en el tiempo) de acuerdo con la ideología mayoritaria del congreso
donde fueron aprobadas. Y satisfecha la pedantería, entramos al grano:
Las leyes, repetimos, son reglas de juego. Enmarcan las conductas de
manera general para todos de suerte que cualquiera sepa a lo que atenerse.
Cambiar su aplicación en mitad de un proceso, y no digamos ya contraviniéndola,
como hizo el sr, Wert, de nefasta memoria, con las becas Erasmus, es peor que
infringirla, porque deja al otro jugador descolocado, perplejo e indefenso. Ganar
las elecciones con un programa de medidas y aplicar luego justamente las
contrarias, hacer leyes retóricas como la de Transparencia cuya aplicación es desde
origen ya opaca, adulterar los datos para demostrar lo contrario de lo que es
la realidad por más que ésta sea evidente, insistir en la mentira a fin de que
se imponga como si fuera la verdad, cacarear nuestras grandezas desde la
mezquindad… todo esto y mucho más nos impide participar en un juego (a la
política, me refiero) cuyas reglas varían al capricho del gobierno. Aunque ya
se encargan ellos de impedirnos que participemos. Qué clase de juego es éste? A
alguien que marca las cartas, o cambia las reglas de juego según le conviene en
cada partida, o esconde los ases dentro de la manga, cómo le calificaríamos?
truhán? prepotente? inepto para jugar? tramposo? En todo caso, tramposo,
verdad? Pues eso, tramposos.
La
insistente veleidad de los políticos de nuestro gobierno, melancólico de
tiempos que creíamos ya pasados, ha estimulado a Mariano Gistáin a escribir:
“la veloz transición hacia la situación anterior requiere indultos en serie,
bloquear las investigaciones en curso, mantener a la Justicia cautiva a paso de
tortuga y generar narraciones de repuesto para llenar telediarios”.
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