Las leyes son, o mejor, tienen que ser, expresión
de unos valores vigentes en la sociedad que quieren aplicar. Por ejemplo, una
ley que regule la bigamia en países cristianos sería tan vacía, e inaplicable,
como una ley que impusiera la monogamia en los países árabes con su cultura
actual. Leyes huecas, hueras, son las que no se acomodan a
los valores y a la realidad social que quieren regular.
Tras el franquismo en España nos quisimos dar un tinte democrático sin
que la sociedad civil tuviera base suficiente para ejercer la democracia. Por
eso nos encontramos todavía con un buen ramillete de leyes bien intencionadas
que ni se cumplen ni pueden aspirar a ello por no ser expresión de un sentimiento
real de la ciudadanía. Y así, para dar la impresión de ser demócratas, nos
dimos leyes sobre la evasión fiscal, el cohecho, la financiación ilegal de los
partidos… y muchas más, como todas las que conciernen a los delitos económicos, que no se cumplen porque no sufren la coacción civil suficiente que pueda exigir su cumplimiento. Aparte
de que los "delincuentes económicos" siempre tienen el recurso de la prescripción, que algunos han llamado el
“refugio de los canallas”, y en último caso el indulto, el mayor insulto a la
independencia del poder judicial. Por no hablar de las leyes meramente
voluntaristas que expresan un deseo más que una realidad, ni siquiera una
viabilidad, tales como las que reconocen (no digamos imponen) el derecho
universal al trabajo o a una vivienda.
Así que el cumplimiento de las leyes, llamémosles huecas, hueras o
inútiles, que son máscaras de democracia, tendrán que esperar a que los
ciudadanos adquieran una conciencia, unos hábitos y una práctica ciudadana democrática,
que aún estamos lejos de alcanzar.
Podrá argumentarse que todo esto es válido
para la casta política (incluidos los parientes, amigos, confesores y
banqueros) pero no para la ciudadanía. Y lo admito. Pero la falta de educación
democrática (o analfabetismo político) es patente en la sociedad cuando la
mayoría vota, e incluso premia, como lo ha hecho y ha venido haciendo sin solución
de continuidad, a los políticos que delinquen. Políticos delincuentes impunes y ciudadanos analfabetos (o inmorales por permitirlos, al votarlos) son dos caras de una misma moneda.
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