martes, 22 de octubre de 2013

842 (M 22/10/13) Leyes huecas


Las leyes son, o mejor, tienen que ser, expresión de unos valores vigentes en la sociedad que quieren aplicar. Por ejemplo, una ley que regule la bigamia en países cristianos sería tan vacía, e inaplicable, como una ley que impusiera la monogamia en los países árabes con su cultura actual. Leyes huecas, hueras, son las que no se acomodan a los valores y a la realidad social que quieren regular.
      Tras el franquismo en España nos quisimos dar un tinte democrático sin que la sociedad civil tuviera base suficiente para ejercer la democracia. Por eso nos encontramos todavía con un buen ramillete de leyes bien intencionadas que ni se cumplen ni pueden aspirar a ello por no ser expresión de un sentimiento real de la ciudadanía. Y así, para dar la impresión de ser demócratas, nos dimos leyes sobre la evasión fiscal, el cohecho, la financiación ilegal de los partidos… y muchas más, como todas las que conciernen a los delitos económicos, que no se cumplen porque no sufren la coacción civil suficiente que pueda exigir su cumplimiento. Aparte de que los "delincuentes económicos" siempre tienen el recurso de la prescripción, que algunos han llamado el “refugio de los canallas”, y en último caso el indulto, el mayor insulto a la independencia del poder judicial. Por no hablar de las leyes meramente voluntaristas que expresan un deseo más que una realidad, ni siquiera una viabilidad, tales como las que reconocen (no digamos imponen) el derecho universal al trabajo o a una vivienda.
       Así que el cumplimiento de las leyes, llamémosles huecas, hueras o inútiles, que son máscaras de democracia, tendrán que esperar a que los ciudadanos adquieran una conciencia, unos hábitos y una práctica ciudadana democrática, que aún estamos lejos de alcanzar.
    Podrá argumentarse que todo esto es válido para la casta política (incluidos los parientes, amigos, confesores y banqueros) pero no para la ciudadanía. Y lo admito. Pero la falta de educación democrática (o analfabetismo político) es patente en la sociedad cuando la mayoría vota, e incluso premia, como lo ha hecho y ha venido haciendo sin solución de continuidad, a los políticos que delinquen. Políticos delincuentes impunes y ciudadanos analfabetos (o inmorales por permitirlos, al votarlos) son dos caras de una misma moneda.

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