Cada 27 de agosto en Tarazona se celebra la
fiesta del Cipotegato: la “víctima” expiatoria que correrán a tomatazos todos
los que participen en la “ceremonia”, desde que sale del Ayuntamiento (como si
le abrieran el toril) hasta que, cuesta arriba cuesta abajo, durante los 10 ó
15 minutos que dure el recorrido por las
calles Mayor, Conde, Magdalena, San Juan, Fueros y Constitución, además de
tomatazos le vayan dando agua para beber y refrescarse del calor, y terminen
metiéndole a hombros en la plaza del lugar, donde se convertirá en una estatua arlequinada cuyos gritos, hasta enronquecer, serán ahogados por los aplausos de una multitud
enardecida. Luego lo devolverán al Ayuntamiento, ya como héroe (benefactor del
pueblo que acoge su cuerpo).
Porque
en sus orígenes, miles de años atrás, estas fiestas eran sacrificiales. El
mejor, o más joven, más vivo, tras ganar la carrera (u otra competición)
nupcial, recibía como premio copular con la diosa (o sacerdotisa, o la princesa
en relatos más recientes) y en un plazo determinado (un año, cuatro años
griegos, o el período de ocho años solar-lunar, dependiendo de la época) ser
sacrificado (o emasculado: castrado) para regar los campos con su sangre y
asegurar con su muerte la supervivencia de su grupo así como los recursos
alimentarios del ciclo agrícola “anual”. Los sacrificios de Atis, Adonis,
Dionisos, Osiris… a manos de sus amantes, hermanas y/o madres, tenían este
motivo. El público asistente era vigilado para evitar que, enardecidos por el
fervor de la ceremonia de entrega de la “víctima” por los demás, los
espectadores se emascularan ellos mismos también. La expiación de la culpa
colectiva o catarsis de estos ceremoniales mediante el sacrificio del chivo
expiatorio era un tema muy querido de Freud.
Un paso adelante en la civilización fue sustituir por vino (rojo) de Diónisos
la libación de sangre para vivificar al cadáver. La degradación de este ritual con el paso del tiempo, olvidando sus
orígenes, culminó con la muerte del “más feo” en Atenas en la época clásica, o
las Saturnales de fin de año en Roma. Y en Tarazona, en las fiestas del Cipotegato arrojaban otras frutas u hortalizas, pero el color del tomate parece más adecuado pata este sacrificio "lúdicamente cruento".
Candidatos a Cipotegato de Tarazona lo son los turiasonenses desde que
nacen. Se les inculca desde pequeños. Los hay esperando durante más de veinte
años a que “les toque el premio” en el sorteo. Este de hoy sólo ha tenido que
esperar cinco años. Hasta tanto se le arranque la máscara al comienzo de la
fiesta, nadie sabe quién ha sido el “agraciado”. La máscara que impide conocer
su identidad hasta el momento de iniciarse la fiesta (ceremonia), permite
confundirle con el público, con cualquiera de la masa. Del Cipotegato de hoy
sólo conocíamos que tiene 24 años.
- Increíble, es algo increíble… el silencio primero, el movimiento luego
de las llaves con que abren las puertas del Ayuntamiento, después te ciega la
luz de la calle… Yo quiero ser el Cipote DE TODOS…, es algo muy grande,
increíble, declaraba el último Cipotegato que aconsejaba a quien le sucediera:
que grite, que grite a pleno pulmón…, en la estatuta, verá qué bien se queda.
Esta mística entrega de uno mismo a los demás puede explicar el afán de
“salir por la tele” o “en los papeles”, o de
ser reconocido por audiencias, cuanto más amplias mejor, o en la base de
los programas de las teles-basura, o del pudor ancestral a ser fotografiado,
pues la fotografía de tu rostro podría ser, para bien o para mal, utilizado por
cualquiera, ya que tu imagen no era solamente tu representación sino que eras
tú mismo, eras tú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario