1. Localizaciones y deslocalizaciones
Lugareños de un lugar..., y loco de dónde viene? Lo local versus lo global. 11.000 trabajadores italianos de la acería Ilva, en Taranto, se enfrentan a los lugareños que quieren que se cierre la fábrica por la toxicidad que provoca, incluso de muertes por cáncer. "Preferimos morir de cáncer que de hambre", proclaman, pero lo que no admiten es que los tarantinos no quieran morir de ninguna manera. Bastaría con cambiar la localización de la acería, no? Los que deslocalizan sin miramientos son las multinacionales que trasladan sus centros de producción a lugares remotos de más bajos salarios, dejando sin trabajo a los lugareños, ley de vida, digo de mercado. Los canarios de Lanzarote y Fuerteventura protestan por la decisión del gobierno sobre prometedoras prospecciones petrolíferas en sus costas, y aquí no cabe relocalizar los yacimientos porque están donde están aunque no les guste y tendrán que hacer lo que tengan que hacer, según la terminología del gobierno. El que sabe de localizaciones es el chaval que todas las mañanas deja colocada a su madre inválida y en silla de ruedas en el parking de un Mercadona, mientras él se coloca por ahí, para luego recogerla por la tarde, a ella y a la recaudación. Cuando la policía le recrimina por su actuación y por estar ilocalizable durante toda la jornada, él se disculpa diciendo que ya le deja un bocadillo y una botella de agua a su madre para todo el día.
2. Gato por liebre (contrabando de reformas)
Las reformas económicas no son reformas ni son económicas, sino que son trampas y financieras. Europa y nuestro gobiernos nos venden reformas que no son sino políticas movidas por su propia ideología o por intereses de grupos que han secuestrado la política para su propio beneficio: la máxima inhibición del Estado y de los servicios públicos para suplirlos con la iniciativa privada, lo que lleva al desmantelamiento del estado del bienestar. Día llegará en que esta caterva querrá que hasta los cementerios funcionen en régimen de autoservicio. Sus contradicciones llegan al extremo de recortarnos lo más posible los ingresos al tiempo que nos piden que gastemos más, aumentando la demanda y el consumo, lo cual sólo se consigue con un círculo cuadrado. La política de ajustes y de extrema austeridad que imponen a Grecia, Portugal, Irlanda y España, lo hacen en beneficio solamente de sus propios bancos, para que recuperen sus préstamos y para que hagan su agosto con los altos intereses que son consecuencia de las primas de riesgo. Al tenernos cogidos por los testicorfúnculos al impedir que nuestros Bancos Centrales puedan emitir nuestro propio dinero, al tiempo que se lo impiden al Banco Central Europeo, aducen un riesgo de impago provocado por ellos mismos (!) para luego estrujarnos hasta los tuétanos. Con lo cual el euro, además de ser una moneda falsa (con distintos tipos de intereses según países), sirve a los alemanes como instrumento de tortura, de asfixia y estrangulamiento, para ejercer su hegemonía comercial y financiera. Los mercados no son los malos de esta película, lo único que hacen es reaccionar, dice Antón Costas, puros reflejos condicionados. Sabiendo que con esta política ajustérica nos hundimos y quedaremos estancados por una buena temporada, aprovechan la ocasión (como hace cualquiera en los mercados) para aumentar el precio de sus préstamos. Y luego, a su vez, esta presión de los mercados (consecuencia de la errónea política de Alemania, aunque no es nada errónea para ellos que son sus beneficiarios) es aprovechada por Bruselas para colarnos su contrabando de reformas. Pero el problema no son los mercados sino los políticos. "O se hace del euro una verdadera moneda, con un Banco Central que merezca tal nombre, o no tiene sentido seguir con este malentendido. Las correcciones que deban hacerse no se lograrán con gobiernos que practiquen este contrabando de reformas".
3. Denuncias en las dictaduras
Cada vez más escritores denuncian una mala práctica que se está poniendo en boga. “En menos de medio año este país se está pareciendo cada vez más a la lúgubre y miserable España de la posguerra. Y no sólo por la crisis sino por la funesta ideología y moral que estos señores que nos gobiernan están reinstaurando. Los remedos a la crisis han revelado ya su perversidad ideológica al cebarse descaradamente en los sectores más desfavorecidos y débiles del país, sin despeinarse los tupés de los más adinerados. Pero es que además se impulsan reformas morales dignas de los tempos franquistas, (entre ellas) la práctica de un vicio moral vergonzante: la denuncia. Aunque no contra ellos, los corruptos, porque entonces se mueven menos que don Tancredo. “Sean nuestros ojos”, nos pide el comisario de la policía catalana, al mejor estilo orwelliano, incitándonos a la desconfianza y la sospecha en lugar de a convivir y a compartir, promoviendo las vendettas. Quieren que denunciemos al que fume, al que mendigue (al cual se multa con 750 € en Valladolid), a las prostitutas (de 750 a 3.000 € en Madrid, Barcelona, Valladolid, Coslada, Alcalá de Henares, o en las carreteras gerundenses) o al que falsee datos para inscribir a sus hijos en un colegio que no les corresponde (sobre todo si no es de su “clase”). Trasladar la responsabilidad y las funciones policiales a la ciudadanía es propio de las dictaduras. El enfrentamiento social está servido.
3. Denuncias en las dictaduras
Cada vez más escritores denuncian una mala práctica que se está poniendo en boga. “En menos de medio año este país se está pareciendo cada vez más a la lúgubre y miserable España de la posguerra. Y no sólo por la crisis sino por la funesta ideología y moral que estos señores que nos gobiernan están reinstaurando. Los remedos a la crisis han revelado ya su perversidad ideológica al cebarse descaradamente en los sectores más desfavorecidos y débiles del país, sin despeinarse los tupés de los más adinerados. Pero es que además se impulsan reformas morales dignas de los tempos franquistas, (entre ellas) la práctica de un vicio moral vergonzante: la denuncia. Aunque no contra ellos, los corruptos, porque entonces se mueven menos que don Tancredo. “Sean nuestros ojos”, nos pide el comisario de la policía catalana, al mejor estilo orwelliano, incitándonos a la desconfianza y la sospecha en lugar de a convivir y a compartir, promoviendo las vendettas. Quieren que denunciemos al que fume, al que mendigue (al cual se multa con 750 € en Valladolid), a las prostitutas (de 750 a 3.000 € en Madrid, Barcelona, Valladolid, Coslada, Alcalá de Henares, o en las carreteras gerundenses) o al que falsee datos para inscribir a sus hijos en un colegio que no les corresponde (sobre todo si no es de su “clase”). Trasladar la responsabilidad y las funciones policiales a la ciudadanía es propio de las dictaduras. El enfrentamiento social está servido.
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