En la Revista anual de la UNED del año 2009 publiqué un trabajo sobre Comunidades maternales(*) que resumo ahora aquí:
Antes que nada, el título.
Elegí éste para evitar el término matriarcado que inevitablemente nos
llevaría a asociarlo al de patriarcado, pero en femenino, con todos sus rasgos:
Estado, ejército, poder, capitalismo, machismo, misoginia, monoteísmo…, que en nuestro
caso de comunidades maternales no cabe considerarlos, ni por lo más remoto. Porque
en estas comunidades prehistóricas prevalecería un economía de los cuidados,
una gobernación de la comunidad por consenso asambleario, un calendario lunar y
nocturno menos eficiente que el solar (que sería importado de los dorios
indoeuropeos allá por el 1200 adne.), un politeísmo de diosas nocturnas que residían
en el ocaso, un conocimiento de hierbas medicinales que terminaría sirviendo
para condenarlas a la hoguera como brujas hasta recientemente, un cuidado especial
de nuestro nombre, nuestra sombra y nuestra imagen…, todo ello hasta el año
5000 en que el varón comenzaría a representar un papel importante en nuestros
grupos al encargarse de proteger nuestros excedentes alimentarios mediante “ejércitos”
primitivos (¿qué otro sentido tendría el amurallamiento de los asentamientos
estables del Neolítico?) que de inmediato provocó que todo el mundo se armara
de igual manera.
Pues bien, leo un texto que
confirma lo antedicho con un análisis de ADN de hace 2.000 años recuperado de
cementerios británicos que demuestra el poder de las mujeres en las tribus de
la actual Inglaterra y que los pueblos celtas organizaban su sociedad en torno
a las mujeres.
A los romanos ya les sorprendió la preeminencia de las mujeres de Britania: de Cartimandua, última reina de los brigantes, o de Boudica, caudilla de los icenos, que casi logra devolver al mar a las legiones romanas. El propio César escribió en sus Comentarios sobre la guerra de las Galias su sorpresa porque las mujeres de la isla pudieran tener varios maridos.
En el condado de Dorset
(suroeste de Inglaterra) los arqueólogos mantienen que se asentaron los
durotriges, una de las tribus celtas durante unos 1.500 años y hasta el siglo
VI de nuestra era. De una cincuentena de restos humanos enterrados entre los
100 años anteriores a Cristo y los 100 siguientes, un grupo de genetistas ha
podido recuperar y secuenciar su genoma. Esto les ha permitido reconstruir el
árbol familiar de aquella comunidad, encontrando dos grandes hechos: las
mujeres estaban emparentadas, los hombres no. “La mayoría de los miembros remontaban su linaje materno a una
sola mujer(**). En contraste, las relaciones a través de la línea paterna eran
casi inexistentes”. Para los antropólogos y etnólogos, una comunidad con esa
estructura se define como matrilocal: en las parejas que se forman, la mujer
pertenece al grupo, al clan familiar, mientras que el hombre procede de fuera. La
tierra se transmitía, pues, a través de la línea femenina. “Es la primera vez
que se documenta este tipo de sistema en la prehistoria europea”(***).
Los durotriges eran esencialmente
agricultores. “Parece que tenían grandes manadas de cerdos, vacas y caballos y
producían una gran cantidad de cereales, además de fabricar su propia cerámica
y trabajar el hierro y el bronce. Las mujeres poseían la tierra y tenían
autonomía, mientras que los hombres no eran dueños del territorio”. Todo indica
que “el poder se transmitía por línea de descendencia femenina”.
En otras partes de la isla se han
encontrado enterramientos de mujeres acompañadas de un rico ajuar que indicaría
su estatus especial. Pero querían pruebas más contundentes, como las que ofrece
la genética. La recuperación del ADN
antiguo, impensable no hace mucho, está poniendo patas arriba buena
parte de lo que se sabe del pasado. “El ADN mitocondrial es una parte del
genoma que no se encuentra en el núcleo del óvulo fecundado, donde se fusionan
el material genético materno y paterno, sino en su exterior, en las
mitocondrias. Así que solo se transmite el materno. De manera similar, el “cromosoma
Y”, que se encuentra en los individuos masculinos, se transmite solo de padre a
hijo.”
El
profesor de Genética de Poblaciones del Trinity College, Dan Bradley, autor
sénior del estudio, mantiene en una nota: “En toda Gran Bretaña hemos visto
cementerios en los que la mayoría de los individuos descendían por vía materna
de un pequeño grupo de antepasadas femeninas. En Yorkshire, por ejemplo, antes
del año 400 a. C. se había establecido una línea materna dominante. Para
nuestra sorpresa, se trataba de un fenómeno muy extendido con profundas raíces en
la isla”.
_______________________
(*) Anuario UNED 2009, pags. 11/136
(**) En Las siete hijas de Eva (edit. Debate S.A. iberlibro.com) el
genetista británico Bryan Sykes describe las siete madres de las que provenimos
todos en el planeta Tierra. Y lo hace estudiando el ADN mitocondrial de las
mujeres actuales. Las largas distancias temporales y espaciales entre ellas le
impidieron llegar a la única primera, si es que todos venimos de la misma.
(***) En Egipto los faraones legitimaban su corona por consorcio
con la descendiente de faraón. El propio Ramsés II se casó con su hija para
poder ser faraón.


No hay comentarios:
Publicar un comentario