Los defensores acérrimos del régimen de Fidel Castro y su gloriosa revolución argumentan, con razón, que el sistema de educación y el de salud, fueron y siguen siendo, un éxito social incomparable en toda América Latina. Pero, afuer de llevar razón, un éxito en determinadas áreas en un contexto de desastres puede volverse en contra y dar lugar a extraños efectos colaterales.
Y así, en un ejercicio atlético de supervivencia,
se encuentran biólogos graduados vendiendo croquetas caseras en la calle,
médicos postgraduados haciendo copias de llaves, taxistas que te demuestran que
la macroeconomía diverge de los modelos de la economía doméstica y todo tipo de
personas con carreras universitarias realizando las labores más dispares que se
pueda imaginar.
Estas distorsiones provocan
incoherencias tales como las que expresaba un informe de la CIA a la
Casablanca: “Señor Presidente, en Cuba no hay desocupación pero nadie trabaja;
nadie trabaja pero según las estadísticas se cumplen todas las metas de
producción; se cumplen todas las metas de producción pero no hay nada en las
tiendas; no hay nada en las tiendas pero todos (mal que bien) comen; todos
comen pero todos se quejan de que no hay comida (ni desodorantes); todos se
quejan pero todos aclaman a Fidel en la plaza de la Revolución. Estos son los
datos, ninguna la conclusión”.
Un éxito social en algunos sectores sin
estar acompañados de otros en la base del sistema económico-político-social (primum
vivere, deinde philosophare), pueden derivar en una sociedad distorsionada
con hambre física tanto como de libertad. Un régimen policial y corrupto no puede
esperar que la población civil sienta respeto por los políticos que rigen el
sistema. Y mucho menos que no puedan expresarse, y aún menos manifestarse, como
piensan, como sienten.
La economía cubana es un ejemplo de desastre
por haber aplastado cualquier iniciativa privada y la política un modelo de
tiranía que no acepta la menor crítica sobre la Revolución.
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