Eduardo
Mendoza (Barcelona, 1943, premio Cervantes el 29 de noviembre 2016) es un
espécimen raro por aquello de que a todo el mundo nos cae bien y por su obra literaria
amable en estos tiempos feroces que nos ha tocado vivir. Pero su ausencia de jactancias
y alharacas le impide brillar como algo asombroso, ya que lo extraordinario en
él es cómo se aferra a la normalidad. Lo que no evita que llegue a cotas
extraordinarias como ocurre en el caso de Sin
noticias de Gurb.
Sin noticias de Gurb debió escribirlo con la mano izquierda, por
entregas, y silbando , o mojando unos churros en café o chocolate, mientras
miraba al sol poniéndose, o amaneciendo, que para el caso me da igual. Se
publicaba cada día del mes de agosto de 1990 en una página del diario El País,
22 entregas en total, sin alardes, como un entretenimiento veraniego, sin más.
Pero a mí y otros muchos nos enganchó de tal manera que nos apresurábamos cada
mañana en llegar al kiosco para leerlo antes que todo lo demás. Y no pasó
ningún día sin hacernos reír, a veces a carcajadas, para asombro del primero
que se nos cruzara por la calle.
Gurb adoptó distintas
formas humanas para no llamar la
atención: de Marta Sánchez, de Gary
Cooper, Paquirrín, Ortega y Gasset, Pío XII, Luciano Pavarotti, pero en negro,
Manuel Vázquez Montalbán, Mahatma Gandhi… Memorables fueron especialmente su
compra de todos los churros de una churrería, sus enamoramiento de la vecina, el
uso de cajeros automáticos o las propinas superiores en millones de pts al importe
de las cuentas o facturas.
Se publicó como libro
un año después por Seix Barral. No creo que su lectura mejore la de sus
entregas diarias en el original.
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