Con motivo del encuentro "Por una Europa democrática" que se celebró en el Matadero de Madrid los días 19-21 del pasado mes de febrero (vide entrada 1161 del 3/2), ya entonces amenazamos con recomendaros alguna publicación de la economista feminista dra. Amaia Pérez Orozco que nos entusiasmó en la ponencia que dio y a la que con este motivo conocimos. Lo que sigue es una simple ojeada a su libro Subversión
feminista de la economía (edit. “traficantes de sueños”, 2ª edic., octubre
2014).
El texto, que se compone de
una introducción, cinco capítulos y un epílogo, propugna la centralización del
hogar en la economía desplazando del centro a los mercados (Economía, οικοΣ-νομία : regulación del hogar):.
El conflicto marxista capital/trabajo se nos ha quedado chico: hoy preferimos identificarlo como conflicto entre capital acumulado y sostenibilidad de la vida. Una vida sostenible como objeto y naturaleza de la economía es más amplia que lo que entendemos por economía. Además de producir, consumir, etc., hay otras esferas que forman también parte de la economía por más que el capital, núcleo del sistema, las ignore y oprima para hacerlas invisibles, tales como por ejemplo los trabajos no remunerados sin los cuales el BBVA no podría existir, y menos aún disfrutar de sus privilegios. El protagonista privilegiado es un “Varón Blanco Burgués Adulto”. La parte visible del BBVA como iceberg sólo es posible apoyándose en el resto del cuerpo social y económico (el de la sostenibilidad de la vida) que tiene tanta o más envergadura que la parte superior que se ve. Esta parte sumergida sin la cual no podría sobrevivir el sistema está feminizada, no sólo por considerarse de menor rango sino porque además en gran parte lo producen las mujeres. La verdadera transformación del sistema consiste en desplazar estas esferas invisibilizadas desde la periferia en que están al centro que hoy ocupa el BBVA. Poner la sostenibilidad de la vida en el centro del sistema es, pues, una actuación feminista. Sólo así podremos superar el dualismo desigual de géneros. Sólo acabando con la división sexual del trabajo lograremos la igualdad entre los géneros.
El conflicto marxista capital/trabajo se nos ha quedado chico: hoy preferimos identificarlo como conflicto entre capital acumulado y sostenibilidad de la vida. Una vida sostenible como objeto y naturaleza de la economía es más amplia que lo que entendemos por economía. Además de producir, consumir, etc., hay otras esferas que forman también parte de la economía por más que el capital, núcleo del sistema, las ignore y oprima para hacerlas invisibles, tales como por ejemplo los trabajos no remunerados sin los cuales el BBVA no podría existir, y menos aún disfrutar de sus privilegios. El protagonista privilegiado es un “Varón Blanco Burgués Adulto”. La parte visible del BBVA como iceberg sólo es posible apoyándose en el resto del cuerpo social y económico (el de la sostenibilidad de la vida) que tiene tanta o más envergadura que la parte superior que se ve. Esta parte sumergida sin la cual no podría sobrevivir el sistema está feminizada, no sólo por considerarse de menor rango sino porque además en gran parte lo producen las mujeres. La verdadera transformación del sistema consiste en desplazar estas esferas invisibilizadas desde la periferia en que están al centro que hoy ocupa el BBVA. Poner la sostenibilidad de la vida en el centro del sistema es, pues, una actuación feminista. Sólo así podremos superar el dualismo desigual de géneros. Sólo acabando con la división sexual del trabajo lograremos la igualdad entre los géneros.
En el cap. I del libro se trata la sostenibilidad
de la vida como verdadera naturaleza de la economía. El capital
desplaza los afectos afuera de los mercados. Es hora de reconsiderar que los
cuidados desplacen a los mercados del centro del sistema y que tengan que ser
prestados como remunerados. Y que en lugar de prestarlos como hasta ahora
principalmente por las mujeres, se realice por el Estado o gestiones comunales.
Hay que poner el capital al servicio de la “vida” y no al revés como ocurre en
nuestro tiempo. Pues actualmente son los sujetos invisibilizados los que asumen
la responsabilidad de sostener la vida en un sistema que la ataca.
El cap. II trata del conflicto de la
sostenibilidad de la vida con la acumulación de capital: los mercados
capitalistas, cuyo fin es generar para una minoría beneficios privados, se
sitúa en el epicentro reconocido del sistema y pone la vida de una gran mayoría
a su servicio. La economía real se ha supeditado a las finanzas. Y el modelo se
basa en la desigualdad (estructural) y la reproduce. “Desarrollo sostenible” ha
devenido en oxímoron (contradictio in
terminis). Porque la acumulación es un proceso imparable e insaciable. La deuda
se vuelve trampa cuando se hace impagable. La trampa es además estafa cuando se
traspasa la obligación de responder a la deuda a un colectivo al que no le
corresponde. Todo aquello que constituye vida termina siendo reducido a su
faceta de input para el proceso de
valorización. Hasta las mismas personas devienen en recursos humanos. Incluso el tiempo hemos tenido que ajustarlo a
los horarios y las jornadas laborales. Hasta el espacio se ha subordinado al
capital: como ejemplo ahí tenemos la prioridad y prepotencia de los vehículos
arrinconando los espacios de ocio y esparcimiento en beneficio del tráfico
rodado. Por otra parte, el Estado liberal (económico y político) va de la mano
del Estado represor (cívico y social); más aún, a un mayor descontrol del
mercado auto-regulado va unida una mayor represión, dadas las desigualdades que
origina.
En el cap. III vemos que la
economía de rebusque, invisibilizada y de retales, privatizadas y feminizadas,
son las estrategias de supervivencia que se desarrollan en los hogares,
más acá del mercado. La responsabilidad privatizada, femenina,
invisibilizada, hay que substituirla por una responsabilidad colectiva. La ética
reaccionaria del cuidado prioriza el bienestar ajeno por encima del
propio. La autosuficiencia masculinizada se apoya en una inmolación feminizada.
El paro deprime al varón tanto como estimula la imaginación y actividad de la
mujer para buscar ingresos alternativos. La ética del cuidado es también
reaccionaria por apuntalar el injusto Estado del bienestar haciendo de colchón
en el conflicto capital-vida. El trabajador champiñón es aquél que
sólo importa en la medida en que se incorpora al proceso productivo. Se parte
de la idea de que la gente brota por generación espontánea en el mercado
dispuesta a trabajar y/o consumir. Pero estos recursos son personas (recursos
humanos) cuyas vidas han de ser sostenidas en un plano más acá del mercado. PORQUE LA VIDA, EN UN SENTIDO MULTIDIMENSIONAL
Y HOLÍSTICO, NO SE RESUELVE EN LOS MERCADOS: NO ES EL CONJUNTO SOCIAL EL QUE
ESTÁ EN MANOS DE LAS EMPRESAS SINO TODO LO CONTRARIO, SON LAS EMPRESAS LAS QUE
DEPENDEN DE QUE FUNCIONE ESA ESFERA “MÁS ACÁ DEL MERCADO”.
En el cap. IV se denuncia que
la producción sin límites genera precariedad, incertidumbre, exclusión y
desigualdades. Lo que se traduce en falta de derechos y crisis de reproducción
social. Hablamos de reproducción social por contraposición a la producción sin límites
que impone el capital. La crisis de reproducción social nos incita a apostar
por el ecologismo y el decrecimiento. La frase de James Marks en 2009: “nuestro
código postal puede tener más importancia que nuestro código genético” hace
referencia al medio en que vivimos y que nos afecta tanto o más que nuestro
ADN, sobre todo en materia de salud. En un marco ecológico, generar riquezas,
sin ponerle límites, es algo que nos lleva indefectiblemente a la destrucción
de la riqueza. Procede, pues, revisar el contenido de los conceptos producción,
crisis, desarrollo, riqueza, bienestar, trabajo… Generar riqueza (monetaria) no
reproduce vida sino que la ataca.
En el cap. V se propone un
decrecimiento ecofeminista: vivir “mejor con menos”. Si lo común tiene que constituir tanto
nuestro punto de llegada como de salida, tenemos que reducir el consumo
mercantil y controlar los recursos energéticos, al tiempo que hacemos pública
la esfera de la economía invisibilizada y ampliamos, compartiéndolas, las
actividades comunales y no remuneradas. Es estúpido estresarnos por ganar
dinero sin dejarnos tiempo libre para disfrutarlo. El discurso de la teocracia
mercantil según el cual “todos somos
culpables” le sirve al capital para la imposición de sacrificios a mayor gloria y beneficio de la minoría privilegiada.
El “trabajo” es entendido como castigo divino (bíblico). Hemos de conjugar la
acción del Estado con la auto-gestión, los servicios comunales y los servicios
públicos con participación comunitaria. El elemento cohesionador debe ser la
búsqueda de una responsabilidad colectiva.
Esta publicación puede adquirirse en las librerías o Amazon, que yo sepa. Quienes prefieran leer un resumen de ocho folios, con todas las carencias que se pueden suponer, pueden clickar aquí.
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