domingo, 4 de enero de 2015

1004 (D 4/1/15) Atajos

Es tal la cantidad de información que nos meten por todos los sentidos que tenemos que filtrarlos como sea si no queremos volvernos locos, o terminar confundiendo la velocidad con el tocino. En esa línea van los estereotipos, tan útiles por eficaces como peligrosos por los prejuicios (y consiguientes perjuicios) que acarrean. Por eso nos servimos de atajos, de los que voy a glosar algunos en tono relajado:

         Si alguien estaciona su vehículo delante de nuestras narices de tal guisa que ocupa dos lugares y nos deja sin lugar para aparcar nuestro coche, tenemos o no tenemos motivo para deducir que este tipo de persona no es la más adecuada para convivir con ella solos en una isla desierta, ni para hacer negocios juntos, ni para confiar en ella en absoluto, ni para comer siquiera… O sea, que podemos colocarle la etiqueta de “no fiable” y aquí paz y después gloria, no? Pero para todo, eh? para toda posible situación que me induzca a relacionarme con ella. Y todo por un día que aparcó… Pues mire, usted, sí, por haber aparcado como lo hizo, porque eso me dio mucha información sobre la clase de persona que era. Y punto.

         Otra, ésta más personal (quiero decir no extrapolable a quien no la quiera): alguien escribe en las redes con faltas de ortografía. Parto de que ya sea una persona adulta y no haya mostrado ningún interés en corregirse. Tengo o no tengo derecho a negarme a seguir comunicándome con ella, ni a saludarla (como en el caso anterior), dado que su rasgo manifiesto es de alguien que no lee, ni intenta comunicarse, ni quiere tener un nivel mínimo de cultura que haga posible convivir con ella… Pues no sé si tengo ese derecho, pero me lo concedo. Porque somos demasiados en el planeta y no podemos perder nuestro escaso tiempo en intentar comunicarnos con alguien que no pone interés ni esfuerzo en algo tan elemental como es la ortografía. Y puedo deducir, y lo deduzco, que esa falta de rigor regirá su vida en todo lo demás. Y que, por tanto, probablemente no se duche con la frecuencia deseable, ni deje el periódico leído sin arrugar, ni aprecie los chistes de Gila o de Eugenio.  Por lo que darle una oportunidad sería correr un riesgo innecesario.

         Otra más discutible es provocar cuanto antes cuestiones críticas, incluso conflictivas, para comprobar cómo se superan. Porque si se atascan e impiden avanzar en la relación interpersonal, cuanto antes ocurra menos tiempo se pierde. También cabe tacharles con una cruz al primer fiasco, pero entonces se corre el peligro de no quedarse uno con nadie.

         Otra, más dudosa, la del atajo más directo. “La navaja de Ockam” nos conmina a que, en el caso de que manejemos varias hipótesis, optemos por la más sencilla. Vale. Pues entonces si me encuentro con una pendiente, qué curso tomaré? hacia abajo? o hacia arriba? Pues evidente, Flanagan, o que me diga, Watson: hacia abajo. Y si no era la dirección correcta, ya tomaré un taxi para que me suba la cuesta de vuelta. Ya sé que parece, y lo es, una boutade, pero qué queréis que os diga? lo dice “la navaja de Ockam”.





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