1. Hace 50.000 años
Hace 50.000 años ocurrieron muchas cosas. Entre ellas, que vinimos de Africa a Eurasia, hasta Australia y Finisterre, lo que interpreto como una búsqueda insaciable sobre el lugar del nacimiento (o de muerte), del sol que nos alumbraba. Y que probablemente desarrollamos la comunicación por el sonido articulado, mediante el cual pudimos enseñar “patrones” tanto en las hachas de piedra como en los abalorios (el caurí, por ejemplo, ver en este mismo blog las entradas XVI del 16/7/11 y 104 del 14/10/11). El lenguaje fue tan importante que su aparición coincide con la desaparición, la inhibición, del Neanderthal que se retira a los confines europeos, como España, donde llega a extinguirse entre los años 20.000 y 30.000, al no poder competir con una especie “hermana” provista de un arma tan terrible como es el lenguaje articulado. No hizo falta que hubiera violencia de por medio, bastaría con que nos pasaran el testigo pensando que dejaban la evolución de la especie en buenas manos. Siguen apareciendo extrañas notas sobre el Neandertal, sin venir a cuento, quizás para evitar que se apague el rescoldo de Atapuerca donde quieren hacerle hablar y convertirlo en un ancestro (directo?) de nuestra especie. Y una vez más insistimos en que el Neandertal no habló (sonidos articulados), pues si lo hubiera hecho conviviría con nosotros todavía; que éramos especies distintas por lo que no pudimos reproducirnos (si hubo cruces serían híbridos, como lo confirman las pruebas del adn), y que si merece el nombre de Homo Sapiens tendremos que llamarnos a nosotros Sapiens Sapiens, o Moderno. o Cromagnon, Homo actual, o como sea, para dejar bien claro que somos distintos y que no descendemos de ellos. Todas las especulaciones que de vez en cuando afloran sobre este particular son eso, meras especulaciones, sólo dignas de Atapuerca.
2. Posmodernos
Cuando a mi penúltima novela la titulé Un Edipo Posmoderno no sabía lo que decía. Ahora sí me lo sé, me lo han enseñado Lluis Duch y Albert Chillón. Y dicen así: la posmodernidad es el epílogo que volvió líquida la modernidad (en adelante las cursivas). De la moral puritana se pasó al ethos individualista y hedonista, de los estilos puros a su promiscuidad, de las utopías al consumismo (hoy “tener”, más que ser) y de la reverencia a la verdad (o las verdades, relativas). El término lo acuñó el arquitecto J.F.Lyotar en 1979 (no dicen la hora), subordinando la función(alidad) a la forma, revelándose –y rebelándose – contra Le Corbusier y adoptando Las Vegas como emblema. La etapa moderna clásica culmina en 1990 con el nuevo triunfo del capitalismo, la secularización, la globalización, el espectáculo, la mercantilización de los medios artísticos y espirituales, la libertad sexual y la tecnolatría, así como la eliminación de la pobreza mediante un mercado libre cuestionado actualmente por las desigualdades económico-sociales que ha creado y el expolio del medio ambiente. Está claro, no? Y ahora que lo pienso, el personaje de mi novela sí que tenía algo de posmoderno.
Muy grave tiene que estar para que Krugman en su último artículo en el New York Times grite su alarma. Entiende que los expertos e influyentes sean reacios a admitir que llevan tres años cometiendo un disparate, el de intentar salir de la crisis mediante recortes y ajustes presupuestarios que consiguen justamente lo contrario, ya que profundizan en todos los males al inhibir el consumo. Ha llegado el momento de echar marcha atrás, sin contemplaciones, recuperando los servicios educacionales y sanitarios y sacando de los archivos y cajones todos los proyectos de inversión y de mantenimiento para ponerlos en marcha de inmediato, a todos los niveles, nacionales y locales, si no queremos seguir deprimiendo nuestra economía. Pero es que no tenemos ya bastante para convencernos de que de todas las promesas y felices augurios que nos ofrecían los Merkozy no han dado ni una en el clavo? Muy grave tiene que estar Europa para que Krugman se atreva a gritarnos de esta manera antes de que nos hundamos.
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