Plutocracia es el Gobierno del Dinero, el poder político que ejercen los ricos con sus fortunas sin disimulos.
Caparrós nos informa que en 19654 el
director de una compañía norteamericana ganaba, en promedio, 20 veces el salario
medio que pagaba; ahora, 220 veces más. El 1% más rico de la población mundial
tiene más que el 95% restante. Hay 26 personas que poseen tanto como las 4.000
millones que forman la mitad más pobre de la humanidad.
Los ricos p'al podio, siempre lo quisieron, pero sin llegar a la figura del plutócrata: parecía que los más ricos querían
ser más ricos por un interés casi deportivo, para ser el campeón, por no ser el
segundo, cositas del orgullo.
Hace unas
décadas la ostentación de la riqueza parecía superada. Las fortunas se habían
camuflado como corporativas, disimuladas, propiedad de empresas sin una cara con
monóculo. Y su poder funcionaba a través de las dádivas de campaña pero era
oculto. Les daba vergüenzita. Y ponerles un rostro parecía de mal gusto en un
mundo que, a regañadientes, se revolvía contra la desigualdad, hasta que llegó
el contraataque: en los ochenta dos cabecillas sajones le dieron la vuelta a la
historia. Mrs. Thatcher y Mr. Reagan sentaron las bases para que los ricos
pudieran pagar menos impuestos y acumular más riqueza, y donde ser brutalmente
millonario fuera una aspiración legítima, no una agresión a los demás.
Hoy los nuevos
tecno-plutócratas actúan con desvergüenza, a cara descubierta, utilizando las
nuevas tecnologías como instrumentos de poder. Su principal exponente es Elon
Musk, que ya no se conforma con ejercer su poder en los EE.UU. sino que pretende
hacerlo también en Europa y a nivel mundial (lo que da pie a las fantasías
imperiales de Donald Trump). Le acompañan los Mark Zuckerberg (META), los Jeff Bezos
(Amazon), los Sam Altman (Open AI), los Sundar Pichal (Google), los Tim Cook
(Apple), los Dara Kohsrowshahi (Uber), Shou Zi Chew (Tik Tok) …
En el cuarto poder la labor crítica de
los medios tradicionales cede ante las redes de sistemática construcción de
la realidad, produciendo masivamente una falsa conciencia.
En los
disruptores (así es como llaman ahora a los que quieren poner el sistema
patas arriba sin topes a la violencia y sin ningún límite ético ni legal) su
mayor peligro es el descaro con que exhiben su hybris, la desmesura a la
que les empuja su ego superlativo.
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