La
prensa se hace eco con resonancia hiperbólica de los nuevos hallazgos arqueológicos
en el yacimiento de Casas del Turuñuelo, en Guareña, Badajoz: “20 instituciones
desentrañan el último gran secreto de Tarteso”. Ahí queda eso. Último…,
secreto…, Tarteso.
Los tartesos fueron, según la versión oficial, una civilización andaluza
avanzada, asentada entre Cádiz, Badajoz y Sierra Morena, con una gran figura al
frente, el famoso caudillo Argantonio. Y punto. Vamos a ver, vamos a ver, vamos
a ver.
Datados de hace 2500 años (correcto),
entre los restos arqueológicos de Guareña no se han encontrado elementos
defensivos (bravo! no había colonización ni agresiones de ningún tipo, una posible
invasión de los pueblos celtas del norte sería gratuita y sin ningún fundamento). Y aquí comienzan las leyendas y los epítetos de un imperio grandioso, fascinante, mágico,
misterioso…, difundidas por los políticos para realzar en clave nacionalista
(cateta) lo que se explica mejor y más fácilmente ateniéndonos a los hechos.
Que son:
Allá
por el año 1000 adne., no más del 1100, Fenicia, en el Líbano, cuna del
alfabeto, había quedado sometida a tributo por los persas y pagaban su limitada
libertad mediante entregas de estaño con el que se convertía el cobre en bronce.
En España encontraron ese mineral metálico en abundancia, y hasta el año 567,
en el que nos dejaron tras la caída de Nabucodonosor, explotaron nuestras minas
sin necesidad de agresiones. Probablemente lo extraían, al menos en sus
comienzos, de Aznalcóllar y de la sierra de Huelva/Sevilla y lo transportaban al
puerto de Gadir (Cádiz), o Malaka, o Almuñécar o Adra, para lo cual
necesitarían de mano de obra (local). Si al frente de estos grupos de
porteadores colocaron a un jefe de tribu nativo, al que llamaron Argantonio, ya
tenemos el héroe sobre el que cimentar la leyenda, fantasiosa, de una civilización
autóctona digna de admiración y susceptible de ser difundida en las escuelas
como una gloria nacional.
Su marcha de Andalucía, se solapó con la
llegada de los griegos a Empuries, Cataluña, en el 575 adne., probablemente
informados de los motivos por los que se les adelantaron los fenicios, o sea, por el
comercio y las minas en este país ubicado al “oeste del oeste”, tar-tar
(Tartessos era nombre griego, no tenían ni siquiera un nombre local!?), por
donde se pone el sol, o sea en el quinto coño, para los helenos.
A estos datos, reconocidos, añadimos otros más, como por ejemplo, que de esta “civilización”
no sabemos nada antes de la llegada de los fenicios. Y que tampoco quedó nada cuando
se fueron, a excepción de las huellas que dejaron a su paso por estas tierras
andaluzas. Entre la cuales abundan las imágenes de Astarté, diosa fenicia, que
no era ningún secreto.
No quiero que los andaluces se sientan
ofendidos. Pero a mí, que soy andaluz, me resulta fácil (la navaja de Ockam)
imaginar a Argantonio como un jefe de tribu, bien pagado por los fenicios, para
aglutinar y disciplinar una mano de obra que extrajera el estaño y lo transportara hasta el
puerto de Cádiz donde lo embarcarían rumbo al Líbano. Y poco más. Que
los fenicios enriquecieran al tal Argantonio por ejercer esa función, o que los nativos aplicaran las técnicas aprendidas en la “época fenicia”, explicaría
suficientemente el origen del tesoro del Carambolo, que no sería tarteso sino
fenicio, o al menos pagado, o enseñado, por los fenicios, y conservado en un
santuario que mire usted por donde era fenicio.
Así que, en honor de la verdad, de la
ciencia, y de un mínimo de pundonor, dejemos de ensalzar aquella época como si
fuera la de una "antigua" civilización andaluza de la cual tengamos que sentirnos especialmente
orgullosos. Los andaluces.
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