sábado, 9 de noviembre de 2019

1989 (S 9/11/19) Reflexiones sobre la desigualdad


Andrés Ortega llama protestas glocales a las que tienen rasgos comunes con otras de otros lugares. Así las catalanas y las de Hong Kong exigen democracia y libertades, otras reaccionan por motivos imaginarios o menores como es el caso del Líbano por el impuesto a los whatsapps, o las de Chile por la subida del ticket del metro, o en Francia las de los chalecos amarillos por la subida de los carburantes..., o en la India por el precio de las cebollas. En realidad todas obedecen a un motivo más simple y sencillo: el descontento que produce la desigualdad. Más rasgos comunes entre las distintas protestas a lo largo del planeta son su difusión masiva por las redes sociales, a menudo intoxicadas por fake news, o su calificación como terroristas por los gobiernos represores.
     Los instrumentos de que se sirven las élites para distinguirse de la masa popular mediante la desigualdad son múltiples y conocidos: la especulación financiera y comercial, la explotación empresarial de la mano de obra, el robo, el saqueo, la corrupción, el cohecho, la defraudación fiscal… Pero la que se ensaña más con los desfavorecidos es el parasitismo de las élites económicas desviando fondos públicos a sus propios bolsillos, como ocurre con las subvenciones a las infraestructuras de las grandes empresas o las externalizaciones, para financiar lo cual se recortan los subsidios sociales. La práctica neoliberal vampiriza a los más necesitados con estos recortes de las ayudas sociales personales con el fin de alimentar las fuentes de las ayudas económicas empresariales, justificándose falsamente con estereotipos tales como la inculpación de la pobreza a las mismas víctimas que la padecen (por vagancia…), la mejor gestión de los asuntos económicos por la derecha (falso), la creación de empleo como efecto automático de la reducción de sus impuestos (jamás demostrado), etc.
     Para crear la necesidad de las externalizaciones se provocan “carencias” y “deficiencias” en los servicios públicos para clamar por servicios privados que nos salven de la ineficacia de lo público (caso por ejemplo de los hospitales donde se ha demostrado justamente lo contrario).
     Edurne Portela asegura que los efectos negativos de la desigualdad no se solucionan solamente con ayudas económicas que sólo la parchean. El cuidado sanitario, por ejemplo, hunde sus raíces en la carencia de condiciones de vida dignas: empleo, vivienda, entorno medioambiental... Por poner una metáfora cruda: es como pensar que curando las heridas de la mujer que llega al hospital después de una paliza de su marido se soluciona la violencia de género. “Los hábitos de vida saludables son sólo asequibles para los más ricos,  mientras que se culpabiliza a los más pobres por no cumplir con ellos (hacer yoga, comprar ecológico, dormir ocho horas). Hay que abordar no sólo el síntoma, sino también la causa, que está, como siempre, en las condiciones materiales de la existencia.”
        Más: la desigualdad no es sólo económica o tecnológica, sino que requiere una base ideológica y política, opina Joaquín Estefanía. La desigualdad conduce al control político por parte de los más ricos, un control imprescindible para la transmisión de todas sus ventajas (a través del dinero o de la educación). Para normalizar la desigualdad y observarla como algo natural, hay que aceptarla como algo inevitable y por lo tanto necesario para el bien de todos, incluyendo los más pobres. "Es parte de la estructura de la sociedad y como tal no puede ser modificada pues es la única posible", dicen.

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