A Manuel Vicent no le gustan las corridas de toros. Vedlo, si no:
La bula Salute gregis que
emitió el papa Pío V en 1567 contra este cruel espectáculo sigue vigente y la
pena de anatema y excomunión que contenía no ha sido levantada. Sin duda los católicos
taurinos se pasan este anatema por el forro e incluso puede que algunos lo
consideren como a un incentivo más para ir a Las Ventas. Dado que este perro
mundo está lleno de estímulos infames el asistir a una corrida de San Isidro,
empinar la bota o comerse un pastelillo de nata entre puyazos, estocadas,
vómitos, descabellos y encima salir de la plaza excomulgado puede que para
ciertos estómagos constituya un atractivo insoslayable. Pero a la sensibilidad
del español medio hoy le resulta más duro que el anatema papal el tener que
contemplar esta masacre entre señoritos con un puro ensalivado en la boca
apoyados en la barrera y con los de la solanera jaleando el chorro de sangre
que se desliza por el lomo hasta la pezuña del toro, uno de los animales más
bellos de la creación. Y por si la fiesta nacional necesitaba más ajo arriero,
más chulería patriótica, más salivazos ideológicos y más moscas llega la
extrema derecha, se apropia de este obsceno sacrificio de reses bravas y lo
mete en su programa como un hito de la reconquista. He aquí, pues, a un don
Pelayo de pelo engominado, con una copa de fino amontillado en la mano
proclamando la consigna electoral: en la España cañí, cuantos más votos, más
puyazos y más estocadas.
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