domingo, 10 de febrero de 2019

1720 (D 10/2/19) De cine: Roma, de Alfonso Cuarón

Por fin pude ver Roma, en el ordenador, porque la productora Netflix no ha querido exhibirla en las salas de cine.
      No soporto las películas que me cuentan un relato con los diálogos: eso es literatura o teatro. Y por buena que sea, me siento estafado si no es cine de verdad, o sea, un medio que me cuente una historia por medio de imágenes. Vamos, que pueda entenderla sin sonido. No rechazo los sonidos, de ambiente, gritos, suspiros, quejidos…, incluso música, sirven para complementar, pero no acepto que los diálogos me cuenten algo que, repito, yo espero ver en las imágenes.
      En Roma hay una secuencia, casi foto fija, en que se ven en el suelo, muy ordenados, los libros que el padre de la casa ha dejado al abandonar a la familia. Ha dejado los libros pero se ha llevado lo importante para él, las estanterías donde se colocaban. El padre ha estado ausente casi toda la película, y no sabemos mucho de él, fuera de que lleva su vida propia por separado, pero en este plano de los libros en el suelo tenemos toda la información necesaria: un necio, un egoísta, codicioso, con muchos libros a la vista de los que no se ha leído ni uno. Y eso lo sabemos sin que nadie nos lo diga: lo vemos, con un plano de los libros en el suelo. Eso es cine, puro cine.
Por eso Cuarón no ha hecho hablar a sus personajes de modo que se les entienda. Las dos “manitas”, Cleo y Adela, protagonistas, incluso hablan en su lengua nativa, no sé si en zapoteco o en tarahumara, porque no hace falta entender lo que dicen para saber de qué hablan y qué les pasa. ¿Cómo pueden quejarse los críticos de cine de que no se les entienda cuando Cuarón lo ha hecho precisamente así, para que nos enteremos de lo que nos cuenta sólo por las imágenes?
       Quizás sea un poco lenta. Demasiados planos generales…, pero el director es muy libre de contarlo como quiera. El largo plano con el que empieza la película viendo salir el agua durante todos los títulos de crédito no es un error ni un capricho, ha empezado a contarnos lo que luego viene, la vida monótona de dos sirvientas a las que no le pasa nada… ¿que no les pasa nada?

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