(El relato que
sigue es reproducción de la entrada 1318 del 25/11/2016)
Saludos, buenos díiaas... (en lenguaje de trinos, click aquí
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Para los que queráis oír el siguiente texto pulsad aquí
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Le llaman León, por algo será. Nació en esta jaula donde nunca hasta ahora la habían dejado abierta. La libertad se le había negado siempre como un
secreto, un misterio inaccesible. Nació en esta jaula y en esta jaula acabarían
sus cuitas, sin nietos que le alegraran sus últimos días porque hembras de su
propia especie no había visto ninguna, ni siquiera en libros o
en fotografía. O quizás sí que las vio, de visita, de paso, apoyadas en el
dintel de la ventana, pero si lo eran no supo distinguirlas. Cómo podría
hacerlo si vivía aquí encerrado desde que nació…
Hasta esta mañana. Esta mañana, sí. Porque esta
mañana, después de reponerle los cañamones y la lechuga de todos los días, se
habían olvidado de cerrarla… y le habían dejado la puerta de la jaula abierta!
Debió desengancharse el pequeño muelle que hace de bisagra en la parte
inferior, y la puerta se quedó inclinada malamente unida por el muelle de
arriba.
No crean que le resultó fácil decidirse. Aunque siempre había
soñado con volar, libre, libre! cuando esta mañana llegó la ocasión no se
atrevía a saltar desde la ventana. Nunca lo había hecho. Ni siquiera sabía si
sabría volar, seguro que tendría atrofiados los músculos de las alas. Y si le
entraba el pánico…, eh? y si le daba vértigo?
El vértigo de la libertad, sin embargo, y
una irrefrenable curiosidad pudieron con el miedo y, a trancas y barrancas,
dejándose más de dos plumas entre los barrotes de su cárcel semiabierta, se
asomó desde el alféizar. La altitud lo mareó. Pero le habían dejado abierta la puerta
de la mazmorra, era su oportunidad! Temblando, miró a la calle desde la cornisa
de la ventana, donde pudo comprobar que sufría de alergia a la
altura. Le invadió una mareante desazón tal que perdió el equilibrio
y... aaaaahhh! se despeñó en el vacío en caída libre desde la ventana del piso
16.
El instinto de supervivencia le hizo agitar las alas… y planeó…! planeó!
iáaaa…! sabía volar! iáaaaa! Lo sabía, no lo sabía que lo sabía pero lo sabía,
sabía que la libertad sería este vértigo, esta emoción nunca sentida, este afán
liberador. Jadeó por el esfuerzo cuando pudo descansar en el poyete de la
ventana del entresuelo. Respiró con alivio. Su corazón quería salírsele de sus
pulmones, a punto de estallar, pum pum, pum pum…Todavía veía las cosas y las
casas desde lo alto pero ya todo era distinto. Una gorriona pasó volando y le
saludó, animándole a volar con ella. Para esos trotes estaba el pobre, anda
que…
Algo recuperado planeó de nuevo como pudo, ya era un experto, hasta la
rama de un árbol en la ribera del río. Al aterrizar en ella debió partirse una
pata, ufff…, claro, como cayó desde tan alto, pero lo dio por bien empleado
como precio de su añorada libertad. Su libertad! por fin libre, su soñada y tanto
tiempo deseada libertad! Lo extraño era que su plumaje fuera amarillo cuando el de casi
todos los demás era marrón. Qué raros eran todos los demás!
Lo que no podía imaginarse es que hubiera
tantos gatos y perros, todos con cara de asesino que lo miraban babeando
mientras él se agarraba con todas sus fuerzas a donde podía. En esa rama
tendría que dormir, porque ya era de noche, hambriento y sediento, teniendo
como tenía el agua del río ahí mismo, debajo…, pero cualquiera se atrevía a
bajar.
Llegué a añorar la jaula, lo confieso, con el alpiste siempre dispuesto
y el agua siempre al pico, pero no, no podía mirar atrás, indigno, no podía
renegar de mi libertad. Lloré. Pero no quiero contarles lo mal que lo pasé toda
la noche, sin pegar ojo, sólo deseando que amaneciera de nuevo para recorrer el
camino de vuelta, si es que lo podía encontrar. Y si es que podía remontar
el vuelo… Ese perro no me quita el ojo de encima, esperará hasta que me caiga,
sabe que no puedo volar. Pero al menos impide que vengan los gatos.
Nunca lo había pasado
tan mal. Vomité, o regurgité, aunque no sé bien qué pudo ser lo qué devolví
porque no había comido nada durante todo el día… No voy a entristeceros
contándoos las mil y una desventuras que tuve que atravesar en mi camino de
regreso a la jaula de la que había escapado ayer, el regreso a mi lechuga.
Cuando al fin lo conseguí, medio muerto de miedo, de hambre y de sed,
nada más beber grité con todas mis fuerzas: “¡Y a mí que no vuelvan a dejarme
la puerta de la jaula abierta!”
"A mi que no vuelvan a dejarme la puerta de la jaula abierta"
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