domingo, 1 de abril de 2018

1551a (D 1/4/18) Historias de domingo. Hoy, León.

(El relato que sigue es reproducción de la entrada 1318 del 25/11/2016)

Saludos, buenos díiaas... (en lenguaje de trinos, click aquí
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Para los que queráis oír el siguiente texto pulsad aquí
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Le llaman León, por algo será. Nació en esta jaula donde nunca hasta ahora la habían dejado abierta. La libertad se le había negado siempre como un secreto, un misterio inaccesible. Nació en esta jaula y en esta jaula acabarían sus cuitas, sin nietos que le alegraran sus últimos días porque hembras de su propia especie no había visto ninguna, ni siquiera en libros o en fotografía. O quizás sí que las vio, de visita, de paso, apoyadas en el dintel de la ventana, pero si lo eran no supo distinguirlas. Cómo podría hacerlo si vivía aquí encerrado desde que nació…
     Hasta esta mañana. Esta mañana, sí. Porque esta mañana, después de reponerle los cañamones y la lechuga de todos los días, se habían olvidado de cerrarla… y le habían dejado la puerta de la jaula abierta! Debió desengancharse el  pequeño muelle que hace de bisagra en la parte inferior, y la puerta se quedó inclinada malamente unida por el muelle de arriba.
     No crean que le resultó fácil decidirse. Aunque siempre había soñado con volar, libre, libre! cuando esta mañana llegó la ocasión no se atrevía a saltar desde la ventana. Nunca lo había hecho. Ni siquiera sabía si sabría volar, seguro que tendría atrofiados los músculos de las alas. Y si le entraba el pánico…, eh? y si le daba vértigo?
     El vértigo de la libertad, sin embargo, y una irrefrenable curiosidad pudieron con el miedo y, a trancas y barrancas, dejándose más de dos plumas entre los barrotes de su cárcel semiabierta, se asomó desde el alféizar. La altitud lo mareó. Pero le habían dejado abierta la puerta de la mazmorra, era su oportunidad! Temblando, miró a la calle desde la cornisa de la ventana, donde pudo comprobar que sufría de alergia a la altura. Le invadió una mareante desazón tal que perdió el equilibrio y... aaaaahhh! se despeñó en el vacío en caída libre desde la ventana del piso 16.
     El instinto de supervivencia le hizo agitar las alas… y planeó…! planeó! iáaaa…! sabía volar! iáaaaa! Lo sabía, no lo sabía que lo sabía pero lo sabía, sabía que la libertad sería este vértigo, esta emoción nunca sentida, este afán liberador. Jadeó por el esfuerzo cuando pudo descansar en el poyete de la ventana del entresuelo. Respiró con alivio. Su corazón quería salírsele de sus pulmones, a punto de estallar, pum pum, pum pum…Todavía veía las cosas y las casas desde lo alto pero ya todo era distinto. Una gorriona pasó volando y le saludó, animándole a volar con ella. Para esos trotes estaba el pobre, anda que…
     Algo recuperado planeó de nuevo como pudo, ya era un experto, hasta la rama de un árbol en la ribera del río. Al aterrizar en ella debió partirse una pata, ufff…, claro, como cayó desde tan alto, pero lo dio por bien empleado como precio de su añorada libertad.  Su libertad! por fin libre, su soñada y tanto tiempo deseada libertad! Lo extraño era que su plumaje fuera amarillo cuando el de casi todos los demás era marrón. Qué raros eran todos los demás!     
Lo que no podía imaginarse es que hubiera tantos gatos y perros, todos con cara de asesino que lo miraban babeando mientras él se agarraba con todas sus fuerzas a donde podía. En esa rama tendría que dormir, porque ya era de noche, hambriento y sediento, teniendo como tenía el agua del río ahí mismo, debajo…, pero cualquiera se atrevía a bajar.
    Llegué a añorar la jaula, lo confieso, con el alpiste siempre dispuesto y el agua siempre al pico, pero no, no podía mirar atrás, indigno, no podía renegar de mi libertad. Lloré. Pero no quiero contarles lo mal que lo pasé toda la noche, sin pegar ojo, sólo deseando que amaneciera de nuevo para recorrer el camino de vuelta, si es que lo podía encontrar. Y si es que podía remontar el vuelo… Ese perro no me quita el ojo de encima, esperará hasta que me caiga, sabe que no puedo volar. Pero al menos impide que vengan los gatos.
     Nunca lo había pasado tan mal. Vomité, o regurgité, aunque no sé bien qué pudo ser lo qué devolví porque no había comido nada durante todo el día… No voy a entristeceros contándoos las mil y una desventuras que tuve que atravesar en mi camino de regreso a la jaula de la que había escapado ayer, el regreso a mi lechuga.
     Cuando al fin lo conseguí, medio muerto de miedo, de hambre y de sed, nada más beber grité con todas mis fuerzas: “¡Y a mí que no vuelvan a dejarme la puerta de la jaula abierta!”

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