Como complemento de la entrada de ayer
“Cuestión de cultura”, hoy planteamos otro, el de los matrimonios (forzados) de
menores. Casar a una hija menor con quien adquiera su propiedad como si fuera una
subasta, es convertir al ser humano en un objeto susceptible de ser comprado, generalmente
sin consultar a la menor, vendida como si fuera una cabra o una mascota. El colmo
se da cuando el violador de una menor tiene derecho (¿ni siquiera obligación?) a
casarse con ella, como si con ello reparara el daño ocasionado. Y si lo
califican como daño es porque, una vez violada, la menor ya vale menos por
haber perdido la virginidad. Encima!
Y aquí sí que no caben apaños. El respeto a las culturas no nos obliga a
aceptar tradiciones que vulneran flagrantemente los derechos humanos, tales como el matrimonio forzado de menores, o la
ablación del clítoris…, o cualquier otra costumbre que atente contra los
valores fundamentales de la cultura del país donde residen. Incluso en sus
países de origen habría que intervenir para impedir dichas prácticas en defensa
de los derechos fundamentales de los menores. Estos ceremoniales denigrantes
son inaceptables y no pueden por tanto ampararse en el respeto a otras culturas.
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