martes, 13 de marzo de 2018

1533 (M 13/3/18) Supersticiones

No nos ha salido gratis ni ha sido nada fácil salir de las creencias religiosas sin pasar por el esoterismo. El vacío que nos ha dejado hacernos laicos parece que, en gran parte de la población, han tenido que llenarlo otras creencias tan execrables como las supersticiones, sean por las confluencias de los astros, las energías ocultas o el horóscopo del periódico del día.
     El invento de la magia (hoy superstición) tuvo sentido en la prehistoria como una actitud de dignidad frente a la naturaleza para intentar doblegarla a nuestras necesidades. Funcionaba por asociaciones mentales, si con la lluvia salen ranas podemos colocar en donde sea dichos batracios para que en ese sitio llueva, si conjuramos un cabello de la amada con un elixir en el caldero seguro que se rendirá enamorada, si evitamos los nudos en nuestro vestuario ante una parturienta o un campo de trigo no pondremos en peligro la salida del niño o de los brotes del cereal. Hasta que en la Grecia clásica establecimos la relación racional de causa-efecto como explicación de la realidad, después de lo cual las prácticas esotéricas han  quedado, o deberían haber quedado, relegadas como lo que son, pura superchería.
   El calendario prehistórico lo configurábamos por la observación de las constelaciones nocturnas que tardan 24 años (el año platónico, a 2.000 años por cada uno de los 12 signos del zodíaco) en recuperar la posición original. De aquí que los dos gemelos (Geminis) “rigieran” nuestros destinos en el bienio 6000/4000, la vaca (Taurus) lo sustituyera del 4000 al 2000, el cordero (Aries) del 2000 al 000 y Piscis del 000 hasta nuestros días. Y no hace falta seguir porque ya asumimos en Grecia el calendario solar indoeuropeo allá por los años 1200 adne. Pura astronomía.
      Lo cual no tiene nada que ver con la superchería de la astrología. Los caldeos (charlatanes, para los griegos, de Mesopotamia, incluida Babilonia) iniciaron la manía de situar a los dioses en los astros, allá por el s. II adne., algo que continuó en la Edad Media con nuestro Beda el Venerable (672/735). El uso de las cartas, las rayas de las manos o la confluencia de los astros para adivinar el futuro que nos aguarda (sobre todo en los temas más acuciantes para los necesitados como son el amor o la fortuna) es tanto una estafa execrable de los que lo practican como una degradación de los que, por falta de cultura y sobra de necesidades, se someten a ello.

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