Los jueces: un soplo de aire fresco
Independientemente de los
jueces reaccionarios, que son pocos a juzgar por el hecho de que son noticia, pero
que haberlos haylos, para que no falte de nada, no he podido evitar una
sensación de alivio al escuchar (en el programa Salvados de Jordi Evole del domingo 12 de mayo) a algunos magistrados que
aseguran que están hartos de presiones de los otros poderes, sobre todo del
Ejecutivo; que la lucha contra la corrupción tardará tiempo, el que sea, pues
la justicia no es venganza sino lenta, pero que los corruptos tienen las horas
contadas; que, eliminada la impunidad que da lugar a la corrupción, ésta no
tendrá dónde apoyarse…; que los políticos, dado como está el patio, se lo
pensarán dos veces antes de delinquir de nuevo con cohechos y otras zarandajas.
Me gustaría creerles, y espero que el tiempo lo confirme.
Parece que los jueces, solos ante el
peligro, acosados por el enemigo, a saber, el poder político, sus secuaces los
fiscales, y hasta por su propio órgano, el Consejo General del Poder Judicial, todos
politizados, los jueces, digo, reaccionarán con dignidad reforzando su obligada independencia.
Ojalá sea así. Pues las artimañas políticas en pro de la impunidad incluyen la
dilación de los plazos judiciales, la prescripción, la lentitud de los procesos
ralentizados, la falta de medios en los juzgados que procesen corruptos del
partido en el poder, los recursos y contra-recursos, la presión sobre los
jueces, su difamación mediática si no se dejan influir, etc. etc. etc, y si no
basta con todo eso, el indulto que, regulado en una Ley de 1870, es
anticonstitucional. Todo con tal de garantizar la impunidad. Impunidad que luego los
delincuentes proclamarán como “inocencia”.
Si traigo este tema a colación es
porque me recuerda otra situación en la que también me sentí aliviado. Allá por
los años finales de la Dictadura en que estudiaba yo Derecho, me asomé a un
expediente de un tribunal penal donde un pobre chorizo se confesaba autor de
los robos de cuantas motocicletas pudieran estar denunciadas en el registro
policial. Me sorprendió que, de golpe, personado ante el juez, el presunto
ladrón se desdijera de todas las confesiones anteriores y que el juez, sin más,
declarara nulas las autoinculpaciones, evidentemente conseguidas a mamporrazo
limpio. Y entonces tuve la agradable sensación de que en aquella asfixiante
dictadura había algo que se salvaba, los tribunales (no el TOP), en quienes
podíamos confiar y encontrar alguna protección. Pues ahora, en este caso me
ocurre algo parecido, que me siento aliviado al ilusionarme con la idea de que
los jueces apelen a su dignidad profesional y no se dejen presionar para hacer
bien su trabajo. Y de que la corrupción tenga los días (o años) contados. De lo
que deduzco dos cosas: una, que es posible que este mamoneo sistémico pueda
tener remedio, porque en efecto la corrupción total es fruto de la
impunidad; dos, que de nuevo nos encontramos bajo una dictadura, maquillada,
pero dictadura. Por eso puedo asociar ambas sensaciones, dada la similitud de
sus contextos.
El dramaturgo José Antonio Rial,
recientemente fallecido en Venezuela, me decía en una tertulia en su casa de
Caracas que es en la ciénaga de las dictaduras donde surgen los espíritus más
nobles. Si es así, espero y deseo que sean los jueces los nuevos héroes que
puedan regenerar nuestra democracia corrompida, hecha unos zorros.
(tomado, con permiso, de www.archipiélagomachango.com , de @Juanjo_mac) |
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