Lo que sigue no es mío, aviso:
La globalización puede generar un retorno malsano de la identidad excluyente, socavar los fundamentos de la soberanía estatal (el mercado no tiene patria) y provocar el repliegue de los colectivos humanos cuyas identidades son inseguras (naciones-nacionalistas o grupos sociales marginados en la propia sociedad).
La globalización puede generar un retorno malsano de la identidad excluyente, socavar los fundamentos de la soberanía estatal (el mercado no tiene patria) y provocar el repliegue de los colectivos humanos cuyas identidades son inseguras (naciones-nacionalistas o grupos sociales marginados en la propia sociedad).
Las reivindicaciones nacionalistas segregacionistas son manipuladas para
buscar la separación en vez de la formación de nuevos consensos en un mundo
estructuralmente interdependiente. La retórica identitaria oculta intereses de
grupos que quieren imponerse en la dirección de la sociedad.
En 1983 Jean-Marie Le Pen construyó el Frente Nacional en torno a
temáticas identitarias. Frente al paro, su discurso era sencillo y eficaz: los
inmigrantes no son franceses de “origen”, tienen que marcharse a sus países. El problema del empleo, así, no es social ni
económico sino un asunto de identidad nacional. Su lema era: “Primero los
franceses” (aunque sean minoría,
remedando las exigencias de los separatistas catalanes o de Trump). A
partir de aquella época, esa retórica se desarrolló sin parar, haciendo
desaparecer la dimensión social de los conflictos, transformando todas las
cuestiones de cohesión colectiva en conflictos de pertenencias identitarias. El
Frente Nacional sigue siendo el principal partido xenófobo en Europa.
Y cuando las contradicciones sociales se transforman en problemas de
identidades, se vuelven, en realidad, “innegociables” políticamente, es decir,
sin solución a corto plazo. El principal fracaso del pensamiento ilustrado es
su incapacidad para afrontar esta regresión identitaria porque no sabe
articular la necesidad de la diversidad, inherente al proceso de globalización,
con la pertenencia democrática común. (Hasta aquí hemos seguido, más o menos, a Sami Naïr en su artículo Derivas identitarias.)
Un nacionalismo de retóricas identidades
cerradas y excluyentes se contrapone a una sociedad que integre elementos comunes e intereses compartidos. Esta cita
corresponde al texto Políticas
identitarias y feminismo de Eduardo Madina que pone al feminismo como
ejemplo:
El feminismo no plantea derechos de las mujeres como contrapuestos a los
de los hombres porque no defiende intereses de parte de forma aislada y corporativa,
sino que pretende la igualdad en un nuevo modelo global de sociedad. Promoviendo la
igualdad, no la diferencia, trasciende la dinámica de fragmentaciones que
impide proyectos compartidos. La igualdad entre géneros no pretende reforzar la
identidad femenina sino que la trasciende para enriquecer a todo el grupo.
El feminismo es un “proyecto para todos, hombres y mujeres”, que aspiramos a
vivir en una sociedad en la que, junto al principio de la libertad, se aplique
el de la igualdad.
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