La verborrea estentórea de este homínido
genera la atención mediática de la que se alimenta y con la que se amplifica.
El escándalo no es un efecto secundario, es el combustible. La deliberación y el
respeto no significan nada para él, por lo que nada le obliga a respetarlo: “Las
reglas son para perdedores. Desafío a todo lo que ustedes defienden y puedo
salirme con la mía”. No hay más reglas que su capricho que además es cambiante,
como todo capricho. Y utiliza continuamente la ambigüedad
en todos sus anuncios y predicciones de suerte que “nunca miente” y siempre
acierta (salvo sólo en el fallo en la guerra de Ucrania que iba a acabar con ella en
menos de una semana).
Como ejemplo de hasta dónde puede llegar de fullero este tahúr, amenaza
a España (no sé con qué) si no gasta en armamento (norteamericano) hasta el 5%
de nuestro PIB! toda una barbaridad, pero pretendiendo que USA lo hace para ayudar
a Ucrania (a quien ya no le da ni un duro), cuando lo que hace es obligarnos a
comprarle los misiles a él, misiles que irán para Ucrania pero que pagaremos
los europeos. Programa de la Alianza lo llaman, por eufemismos que no queden,
PURL (Lista de Requerimientos Prioritarios para Ukrania), o sea compra de
armamento norteamericano para Ucrania que pagaremos nosotros aunque luego se lo
imputará a sí mismo, al fantoche mentiroso y lenguaraz. Así que él decide cuánto
suman nuestros presupuestos y en qué tenemos que gastarlos. Por la cara. Y encima,
amenazando. Menos mal que Pedro Sánchez se ríe de él. (Sin que se le note.)
Conocidas
son sus cualidades propias de una personalidad errática, confusa, presuntuosa,
irresponsable, narcisista y ególatra que utiliza la influencia mundial de USA
para su beneficio personal. Y así, de un día para otro cancela la ayuda a
millones de personas en Africa, saca a su país de la UNESCO, o de la
Organización Mundial de la Salud o de los acuerdos para frenar el cambio
climático, intenta despachar sin garantías, así, hala, el conflicto
israelo-palestino, amenaza con atacar a Venezuela, o a Rusia o a Ukrania por
igual, olvidando quién es el agredido y
quién el agresor, qué más da. Sus hazañas van desde matar sin autorización judicial
ni evidencias de delito a los ocupantes de supuestas narcolanchas en el
Pacífico al envío de soldados de la Guardia Nacional a ciudades gobernadas por
los demócratas, como San Francisco, Los Angeles, Washington DC o Chicago.
El problema no es sólo que Trump sea inmoral, sino que ha construido un
espacio político donde la inmoralidad no es un obstáculo, sino un activo.
Podemos caer en la tentación de responderle con sus mismas armas, abandonando
las normas y adoptando tácticas sin escrúpulos, combatir el fuego con fuego.
Esa es una trampa que nos tiende el trumpismo. Si violamos las normas “para
salvar la democracia”, Trump habrá ganado a un nivel más profundo al establecer
la norma de que las reglas ya no importan. El riesgo, pues, es caer en la
tentación de mimetizarse con los modos del adversario y convertirnos en aquello
mismo contra lo que luchamos.


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