“La jodienda no tiene enmienda”
es algo más que un simple dicho popular. Es un diagnóstico serio, científico y
profundo de la naturaleza masculina que en muchos animales es capaz de asesinar
a los hijos de su hembra, habidos de otro varón, para asegurarse de que la
nueva prole lleve sus cromosomas y no los de cualquier otro extraño mindundi
que pasara por allí. La frase, además, explica las profundas raíces de la infidelidad
conyugal masculina que obedece a un impulso instintivo irresistible de compulsiva reproducción
indiscriminada.
Javier Sampedro nos pone algunos ejemplos: Gengis Kan, el
guerrero mongol que unificó a las tribus mongolas en el ocaso del siglo XII, el
conquistador que fundó el mayor imperio de la Historia, diseminó por media Asia
su cromosoma “Y” hasta el punto de que lo transmitió a 16 millones de hombres
vivos actualmente. Claro que conviene añadir que sus hermanos, primos, sobrinos
y nietos llevaban el mismo cromosoma "Y" que él y también ayudarían un poco.
Los genetistas nos
informan de otros casos, concretamente 10, que esparcieron su cromosoma Y con
tal liberalidad que, al igual que con Gengis Kan, la secuencia se puede
encontrar aún en millones de personas vivas. De esos 10 algunas pistas genéticas
apuntan a un tal Giocangga, un gobernante de la dinastía Qing del siglo XVII,
la última dinastía imperial de China. Sobre los otros nueve no hay indicios.
Un ejemplar más
reciente es el financiero neoyorquino y depredador sexual “en serie” Jeffrey
Epstein (1953/2019), quien se ahorcó en su celda el pasado 10 de agosto,
procesado por acusaciones de tráfico sexual con menores. Emulando a Berlusconi, su enorme rancho de
Nuevo México estaba dedicado, al menos en parte, a inseminar al mayor número de
mujeres posible, incluidas las de 14 años, tal vez porque sean las más
fértiles.
Otro financiero
con ganas de impresiones fuertes, Nova Spivak, envió muestras de su propio ADN
a la Luna en la misión israelí Beresheet. El cohete se estrelló contra el suelo
lunar, para desgracia de los supuestos herederos cósmicos de Spivak.
Otra historia
investigada en agosto por The New York Times revela
que cientos o miles de personas han descubierto, al someterse a pruebas
rutinarias de ADN, que no son hijas biológicas de sus supuestos padres, sino de
los médicos que las ayudaron con tratamientos de fertilización in vitro. No hubo relaciones sexuales, ni
consentidas ni forzadas, sólo un donante de esperma no solicitado. ¿Qué puede
llevar a un médico a hacer esto? Las explicaciones convencionales sobre la
urgencia sexual de los hombres no sirven en este caso. La urgencia aquí
pertenece más bien al modelo Gengis Jan, dirigida a diseminar el cromosoma Y
por la población humana.
Nuestro cromosoma
Y no es, en el fondo, y en la forma, más que un cromosoma X que ha perdido casi todos sus
genes, y solo ha conservado los estrictamente necesarios para desarrollar los
testículos. Pero estas glándulas producen testosterona como si no hubiera un
mañana y tienden a dejarlo todo perdido de esperma en busca de una pretendida
inmortalidad individual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario