domingo, 9 de octubre de 2016

1279 (D 09/10/16) Todos socialdemócratas?

Así reza el título de un artículo de Manuel Cruz en el periódico El País de fecha 6/10/16 donde se pregunta si la socialdemocracia es objeto de un auténtico debate teórico-político sobre la desigualdad y la redistribución o si más bien se trata de una simple batalla por las etiquetas.
   Aunque algún ingenioso dijo que el eclecticismo consiste en elegir lo malo de los extremos y lo bueno de ninguno, la socialdemocracia, sin embargo, es una solución ecléctica entre la economía planificada y la de mercado que se ha mostrado eficaz, justa y aceptada por una gran mayoría de sistemas y países. Se trata de no planificar la economía, dejar que ésta fluya en el mercado con toda su pujanza (la gallina de los huevos de oro), pero no para enriquecer a unos pocos sino para que la riqueza creada luego se redistribuya. La contradicción no se da entre mercado y planificación, sino entre economía de mercado regulada o auto-regulada. La regulación será para imponer condiciones que hagan que el mercado funcione como tal, en libre competencia, y para asegurar que la riqueza generada se redistribuya en servicios gratuitos de sanidad, educación, asistencia…, como sueldo complementario, paralelo, para los más necesitados (incluyendo hasta la renta mínima!). Dicho lo cual…


       …la socialdemocracia se define, según Wikipedia, como
   “una ideología política que procura un Estado de bienestar y la negociación colectiva dentro del marco de una economía capitalista, predominante en el oeste y norte de Europa durante la segunda mitad del siglo XX, aunque sus orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo XIX. La Internacional Socialista se fundó hace cien años para coordinar la lucha de los movimientos “socialistas democráticos” por la justicia social, la dignidad humana y la democracia.
   Como muestras más recientes en política podemos citar en los 70 al sueco Olof Palme o al alemán Willy Brandt, y a nuestro Felipe González (de perdida memoria) en los 80 en España.
    Resulta que en un tiempo descaradamente neoliberal como es ahora todo el mundo quiera ser socialdemócrata, o al menos que se les (re)conozca como tal. Incluso se le fuerza ser un movimiento transversal, que acoja en su seno a todo el espectro político, cuya izquierda deja de ser siniestra y la derecha se irroga la estabilidad y la moderación. Podemos no se atreve a confesar su ideología claramente socialdemócrata por miedo a perder su pretendida transversalidad o por temor a que lo asocien al "partido de Felipe González".
    La derecha, tradicionalmente conservadora e inmovilista, se apunta al cambio o eso quiero aparentar, para merecer su reconocimiento dentro del progresismo, como si se tratara de un estilo, una moda, más o menos perdurable o pasajera. Sin percatarse de que un verdadero progresista está condenado a un cambio permanente y no puede estancarse en posiciones fijas, por dignas que éstas sean o por mucho que haya costado conquistarlas (vga.: el divorcio, el aborto, la homosexualidad, o la siempre perseguida y acosada libertad). Porque la conquista de la libertad nunca es definitiva y hay que renovarla cada día. Aquí tenemos vigente la ley Mordaza, sin ir más lejos, promulgada por nuestro gobierno “progresista”.

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