Coinciden Javier Marías y Manuel Rivas
cuando escriben el primero sobre la naturalidad artificial de los políticos,
sobre todo en campaña electoral, y el segundo sobre la hipocresía. Su “simpatía
(es) impostada, mero fingimiento, artificial, y sus manifestaciones de
campechanía y ‘naturalidad’ resultan todo menos naturales… Su sonrisa es
inexistente y si la ensayan les sale una mueca de mala leche caballar…, hortera
y tosca hasta asustar.” En este mercado de gestos se venera lo faltón, lo farruco,
la zafiedad, el desdén y la arbitrariedad, donde el razonamiento está mal
visto, y no digamos la complejidad, el matiz, la sutileza.
De ellos poco más puede esperarse que la hipocresía, Y ésta, además, de la
más baja calidad. Como lo es intentar hacer creer que con cualquier adversario
político el gobierno sería inestable y España ingobernable. Todo menos lo
sincero, lo verdadero, lo genuino, lo llano, todo aquello con lo que cualquiera
de nosotros nos podamos identificar.
En este sentido los nuevos
partidos emergentes ya han transformado el sistema político. Incluso si
perdieran, ya han ganado. Por su biodiversidad. Feliz Año Nuevo.
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